Por Valentín Varillas
Bueno, muy bueno ha sido el papel que ha jugado el arzobispo de Puebla, Víctor Sánchez Espinosa durante la pandemia.
No solo durante esta famosa cuarta ola, la del muy contagioso Omicrón, sino desde el inicio mismo de esta crisis sanitaria mundial.
Por ejemplo, medios refieren que en su homilía de ayer, tomo como eje central de su discurso el comportamiento que deben de llevar a cabo sus fieles en estos tiempos complicados, para abonar al control de los contagios y los potenciales decesos.
Es evidente que sus palabras tuvieron como columna vertebral los postulados centrales de la religión de la que es jerarca en el estado.
El llamado a la oración, a conservar la fe y otra serie de acciones que son parte del rito católico.
Pero también le entró a temas absolutamente terrenales, que no tienen que ver para nada con “lo divino” y que son en los hechos cuestiones de responsabilidad social.
Así, abiertamente, convocó a sus creyentes a seguir al pie de la letra todas, absolutamente todas las medidas de prevención y ataque al virus, que la comunidad científica mundial ha avalado de manera unánime y que hoy son de prioridad máxima dentro de los protocolos básicos que se aplican en todo el planeta.
Entre ellos, el de la aplicación de las vacunas.
Esas a las que muchos se han negado ha recibir, con falaces argumentos de tipo religioso.
El mensaje para ellos es demoledor.
Se trata de un reconocimiento abierto de que la católica, apostólica y romana considera que los procedimientos que se han llevado a cabo para darle forma al químico, no contradicen para nada el particular concepto que ellos tienen de lo que es ético o no en materia científica.
Y él mismo ha practicado con el ejemplo, aplicándose la vacuna e invitando a los miembros de la grey católica a hacer lo mismo.
El discurso tiene destinatarios adentro y afuera de la jerarquía eclesiástica poblana.
Datos dados a conocer apenas hace unas semanas, revelaban que cerca del 20% del total de sacerdotes y religiosas en el estado se habían negado abiertamente a vacunarse.
Hacia fuera, es decir a quienes ejercen su fe desde fanáticos extremismos, es una invitación clara a dejar de lado interpretaciones erróneas del dogma y sumarse a los esfuerzos que gobiernos y sociedad estamos realizando para combatir de frente al virus.
Pero insisto, desde el principio, el arzobispo de Puebla lo ha hecho bien.
Mantuvo siempre un canal de comunicación permanente con el gobernador Barbosa y lejos de ser un obstáculo, actuó como un importante apoyo a los decretos emitidos por el ejecutivo en materia de actividades públicas.
Jamás se opuso al cierre de templos ni a la suspensión de celebraciones importantes en el calendario de la Iglesia, como las procesiones de la semana santa o a la realización de las tradicionales actividades en conmemoración del día de la Virgen de Guadalupe.
Muchos lo criticaron en su momento, los infaltables más papistas que el Papa, pero el tiempo le ha dado la razón.
El asunto no es menor.
Lo que diga y haga el máximo jerarca de la religión mayoritaria, en un estado como Puebla, tiene una potencial influencia directa en la conducta de millones de personas.
Por eso celebro la forma realista y responsable como ha actuado en estos casi dos años de pesadilla, cuando en otros lares hemos visto hechos y dichos penosos de buena parte de sus congéneres con respecto a la pandemia.
Es de justicia elemental el reconocerlo.
Ni hablar, más allá de filias y fobias: “honor a quien honor merece”.