El gobernador electo Rafael Moreno Valle ha planteado la posibilidad de que la Secretaría de Cultura, que ha permanecido por más de cinco administraciones como rectora de las políticas culturales en la entidad, sea incorporada con sus recursos y programas a una renovada Secretaría de Educación Pública.
Ello implicaría, en caso de consumarse, la creación de un Consejo Estatal para la Cultura y las Arte dirigido por un Secretario Técnico supeditado a alguna subsecretaría. Por supuesto que los creadores, promotores y administradores e investigadores del sector han manifestado su pleno rechazo a la eventual decisión, toda vez que durante años esa dependencia ha aplicado una política subsidiaria más preocupada por la producción que por la demanda.
Por ello, más allá de la coyuntura, es buen momento para que el sector cultural poblano reconozca que en el mundo de hoy el estado ha abandonado los modelos asistencialistas para sustituirlos por iniciativas más horizontales y de fomento que buscan revitalizar las propuestas artísticas y culturales, ponderar la calidad técnica, la sustentabilidad productiva y la trascendencia social.
De igual forma, que desde hace dos décadas en Europa y América Latina se avanza hacia la profesionalización e integralidad de los procesos de creación-promoción-administración para incorporarlos más decididamente a las políticas de desarrollo.
Es evidente entonces que, muy por encima de cualquier resolución, de lo que se trata en este momento es que la dependencia asuma una nueva visión de la cultura y que cuente con todas las condiciones para incorporar las creaciones, proyectos y revitalizaciones culturales a las principales dinámicas del desarrollo regional y nacional.
Entender que en el mundo actual los procesos culturales no son simples custodios del pasado, sino nuevos componentes de interacción, diálogo e inclusión que fusionan con sentido simbólico la herencia histórica y la multiculturalidad de una comunidad en evolución permanente.
En ese contexto, Puebla necesita desarrollar una verdadera educación artística, resignificar el valor cultural de la región e incrementar la formación cívica-democrática de la población, como grandes prioridades de una política del desarrollo humano.
De igual forma, deben estudiarse seriamente las prácticas culturales de los distintos grupos sociales y aprovecharse con inteligencia y creatividad la actual infraestructura cultural. En caso contrario, difícilmente podrán proponerse para el futuro nuevas formas de sociabilidad, convivencia e intercambio cultural de largo plazo.
Las ciudades de hoy ya no pueden ser entendidas como territorios con arquitectura y patrimonio edificado, vías de comunicación, instituciones, servicios, centros comerciales, espacios de esparcimiento y grandes concentraciones urbanas, sino como espacios simbólicos donde convergen nuevas identidades y expresan pensamientos, creencias, costumbres, tradiciones, hábitos y formas de vida de comunidades diversas que comparten herencias divergentes pero que demandan proyectos comunes de futuro.
En ese sentido, es necesario reconocer los usos, representaciones, imaginarios, apropiaciones y prácticas que los diferentes grupos sociales realizan de los productos y servicios culturales propios y ajenos pero, sobre todo, asumir la importancia de los consumos simbólicos de la globalidad, la manera como ellos incorporan los diferentes productos mediáticos a la cotidianidad y como la interacción mediante las innovaciones tecnológicas crea una recomposición de los espacios públicos para convertirlos en lugares donde se expresan los elementos distintivos de nuevas culturas urbanas.
Actualmente Puebla –como muchas de las entidades de México-, manifiesta una evidente rearticulación social y una diversificación de sus estructuras histórico-culturales debido, entre otros aspectos, a que los procesos de globalización, liberación económica y modernización tecnológica –en el marco de un acelerado crecimiento urbano incentivado por la migración y la movilidad constante de la población- han alterado los escenarios tradicionales y generado fenómenos de gran complejidad, donde proliferan mercados culturales de distinta significación y lógicas de consumo determinadas por espacios cada vez más virtuales y menos físicos.
De esta manera, la gran segmentación de usuarios, públicos y audiencias presente hoy en los distintos territorios culturales de la entidad manifiesta una tendencia cada vez más orientada hacia el consumo de medios de comunicación y de interacción con las nuevas tecnologías en el ámbito privado y doméstico, haciendo decrecer el interés por la preservación y desarrollo de museos y sitios históricos, la reproducción por los festejos cívicos y rituales religioso-tradicionales o las bellas artes.
Ante este panorama, la sociedad poblana reclama de las autoridades, promotores, creadores, investigadores y especialistas una nueva interpretación de lo que significan actualmente las identidades, así como una manera distinta de conceptualizar las políticas culturales, tanto en las zonas urbanas como en las micro regiones de la entidad, ante la intensa transformación de los mecanismos de consumo y apropiación cultural de una población diversificada que reconfigura permanentemente el uso de los espacios públicos.
Este hecho no es nuevo y mucho menos catastrófico, ya que desde hace más de medio siglo los intercambios culturales en el mundo ocurren más en las industrias de la comunicación que en las bellas artes, la cultura tradicional o las estructuras académicas convencionales.
Asimismo, el incremento en los años más recientes de exposiciones artísticas y traducciones literarias bajo criterios de mercadotecnia y difusión masiva, los usos del patrimonio histórico en el turismo y la circulación de músicas étnicas o nacionales, contribuyen a reproducir y renovar los imaginarios sociales en muchas ciudades del mundo.
Son precisamente esas transformaciones ocurridas en las últimas décadas las que han permitido que a partir de la propuesta, competencia, alianzas y convergencias de las empresas de telecomunicación global (televisión, telefonía, redes y computación), se operen hoy nuevos fenómenos de hibridación y desterritorialización en casi todos los ámbitos de la vida social contemporánea.
Ello ha generado también la recomposición de las identidades a nivel universal, donde lo diverso se confronta con lo homogéneo y lo local complementa con lo global.
En tal dimensión, la reflexión teórica permanente, la investigación de las diferencias, los encuentros y acuerdos constituyen elementos determinantes para la reformulación y orientación de políticas culturales en Puebla para que de esa forma respondan en forma más sustantiva a las necesidades de una sociedad cada vez más abierta, plural y diversa pero, sobre todo, mayormente involucrada con los valores y prácticas de la ciudadanía democrática.
Ello implica que la tradición centrada en los creadores que ha imperado durante décadas en el quehacer cultural del gobierno, se transforme para considerar al público como su referente principal.
En igual forma, que la acción difusionista de los agentes culturales tradicionales reconozcan la necesidad de una nueva estructura de circulación cultural con mayor dimensión nacional e internacional e impacto social.
El modelo de gestión cultural persistente durante el siglo pasado carece hoy de una mirada histórica prospectiva, por su desarticulación con los fenómenos contemporáneos y la relativa inmutabilidad en que se encuentra inmerso el sector cultural de Puebla frente a cambios que es preciso operar en el funcionamiento y contenido de su actividad.
En esa perspectiva, mientras la demanda de bienes relacionados con la difusión artística se mantiene inelástica se expande la oferta de un mercado intermedio y de medios electrónicos que deja el superado concepto de la identidad territorial patrimonial y las culturas populares como un componente nostálgico del pasado.
Las razones que explican ese fuerte desequilibrio son muchas y de diversa índole, pero es innegable que están estrechamente relacionadas con los conceptos sobre desarrollo e identidad cultural que sostienen en su quehacer los agentes responsables en las diferentes instituciones y casas de cultura de la entidad.
Por lo anterior se hace necesario, primero, provocar análisis que reflexionen sobre los fenómenos de remodelación y uso de los espacios públicos, la dimensión cultural de la vida pública y los dispositivos que se pierden y recrean en el reconocimiento o proscripción de las voces múltiples de una sociedad poblana renovada.
Segundo, asumir un compromiso para delimitar nuevos conceptos sobre la cultura y la política, la ciudad y sus expresiones, el consumo y la cultura, los cuales permitirán una reinterpretación, asimilación y gestión de las políticas culturales en forma más flexible y en un entorno- que si bien reconozca las herencias del pasado- también se incorporen a los flujos informativos determinantes y aquellos que verdaderamente inciden en procesos, desarrollos y relaciones con el mundo de hoy. Tercero, desarrollar estrategias más innovadoras de gestión del interés público cultural, más allá de lo expectante, lo incidental o lo simplemente anecdótico y transitorio.
El actual momento de la transición política que vive Puebla puede ser histórico si se hace con miras hacia el futuro. Por tanto, si se reconoce que la sociedad presente está en una transformación permanente, entonces los procesos de modernización requerirán ser regulados, sustentables y valorados en razón de su auténtica significación social.
En ese sentido, habrá que ponderar los procesos de apropiación social cuyas rutas y trayectorias constituyen nuevos lugares de encuentro, sin un centro físico y culturalmente determinado.
Especialista en Comunicación y Cultura. Departamento de Ciencias Sociales UPAEP. joseantonio.meyer@gmail.com.
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