Por Valentín Varillas
Después del mal desempeño que tuvo Xóchitl Gálvez en el debate, al interior del búnker opositor se dispararon todas las alarmas.
Tenían mucha fe en este ejercicio y lo veían como una oportunidad única de poder remontar un poco de la mucha ventaja que le lleva Claudia Sheinbaum de cara a la sucesión presidencial.
Una esperanza poco realista que magnificaba los alcances reales del ejercicio.
Pero parece ser que sólo así abrieron los ojos.
Todas las encuestas previas que mostraban el modesto desempeño de su abanderada, no sirvieron para darse cuenta.
Las descalificaron y minimizaron, crucificando de paso a las empresas que las realizan, además de los medios que las publican.
Síntomas de su desesperación, sobran.
La virulenta pose de la abanderada en el post-debate; por ejemplo.
Gálvez ha redoblado sus ataques y descalificaciones en contra de la candidata del oficialismo, en un intento desesperado de recuperar por lo menos algo de lo perdido en el debate.
Lo le alcanza.
Ni le va a alcanzar.
La obsesiva redundancia de sus argumentos no ha hecho sino anestesiar a los votantes potenciales.
Sobre todo a los que no han decidido todavía por quién votar, en caso de que al final se decidan a hacerlo.
Ese sector del electorado que hoy más que nunca se vuelve fundamental para los intereses del bloque anti- 4T.
Y ya no tanto para ganar la presidencia, sino para evitar que Morena y sus aliados, además de obtener victorias contundentes en la gran mayoría de los estados que renuevan gubernaturas, obtengan también mayorías calificadas en las dos cámaras del legislativo federal.
Empiezan ya a ver un riesgo real, palpable, de que ese escenario se concrete.
Este virulento pesimismo permea a todos los niveles y en todo el territorio nacional.
Hasta los más furibundos críticos del oficialismo han tenido que aceptar que, ante la desastrosa participación de Gálvez, la ganadora del debate fue Claudia.
Por eso, se han granjeado el odio en redes de los furibundos Xóchitl-Lovers.
Y de que forma.
Casos como el de Loret, a quien adoraban y veneraban como el arquetipo del periodista libre, hoy no lo bajan de “palero” y “vendido”.
Lamentable.
Acaban haciendo lo que tanto le critican al presidente López Obrador y a sus incondicionales que todo le aplauden.
Su frustración la manifiestan con un muy peligroso extremismo, que les anula su capacidad de pensar y de razonar, una realidad que seguramente crecerá a medida que se acerque el día de la elección.
Como en todo trance traumático, se encuentran en la etapa de la negación, ya entrando a la del enojo.
Cuando llegue la inevitable aceptación, vendrá acompañada de una cruda moral tan grande, que muchos serán incapaces de asimilar.
Peor para ellos.
