Por Valentín Varillas
Todavía no empiezan formalmente las campañas y 10 precandidatos han sido asesinados en el país.
Las víctimas militaban en Morena, PAN, PRI, PVEM, MC y PRD.
Nadie o casi nadie se salva.
Aquí sí, la delincuencia organizada agarra parejo.
Las ejecuciones se han dado en Jalisco, Estado de México, Chiapas, Colima, Guerrero, CDMX, Morelos y sobre todo en Michoacán.
A tres aspirantes a una candidatura, en ese estado, les arrancaron la vida.
En el caso del municipio de Maravatío, dos recientes en apenas 12 horas.
El común denominador en estos aberrantes hechos, ha sido intentar ejercer sus derechos políticos básicos, elementales, constitucionales, en este México de la impunidad absoluta.
En esta auténtica “Terra Nullius”, en donde los poderes de facto son los que mandan por encima de cualquier autoridad, institución o ley.
Nada nuevo, pero cada vez más alarmante.
La presión del crimen organizado sobre los partidos políticos, para llevar mano en la designación de abanderados a cargos de elección popular, se ha convertido en el fiel de la balanza para amarrar perfiles a modo.
Incondicionales que en realidad son sus socios, o aquellos que bajo el lema: “plata o plomo”, velarán por los intereses de la delincuencia, de llegar a las posiciones por las que compiten.
Desde hace décadas, México vive una imparable y cada vez más profunda infiltración de sus instituciones.
Los procesos “democráticos” mediante los cuales elegimos a quienes nos gobiernan, no han escapado a esta realidad.
En coyunturas de tanta importancia como la actual, existe el riesgo de que se infiltren también el virus de la duda y el del desinterés por participar.
El no saber si quien aparece en la boleta va a normar su actuar en el servicio público de acuerdo a una agenda ciudadana que beneficie a las mayorías, o bien en función de la conveniencia de sus “socios”, puede ser un enorme inhibidor que ahuyente a los votantes de las urnas.
La delincuencia es hoy un actor político más, con intereses y reivindicaciones muy claras y que ya incide directamente en la conformación del escenario político nacional.
La narco-política llegó para quedarse.
Es otra realidad que lleva décadas, pero que no cambia en estos tiempos de supuesta transformación, la cuarta dicen, de la vida pública nacional.
Y lo que nos falta todavía por ver.