Por Valentín Varillas
De acuerdo con las investigaciones que ha llevado a cabo la periodista Anabel Hernández, tanto en México como en Estados Unidos existen expedientes judiciales por medio de los cuales se demuestra que el gobierno de Felipe Calderón apoyó al Cártel de Sinaloa.
Buena parte de esos apoyos se canalizaron a través de la Policía Federal, cuyo jefe directo era Facundo Rosas Rosas.
Con ese antecedente, el de la realización de pactos inconfesables con la organización delictiva más influyente y poderosa del país, llegó a ocupar la Secretaría de Seguridad Pública Estatal en el gobierno de Rafael Moreno Valle.
Lo primero que llamó la atención del discípulo más avezado de Genaro García Luna, en su estreno en el servicio público poblano, era el profundo miedo con el que actuaba y el enorme despliegue de seguridad que tenía a su disposición para protegerlo.
Lo cuidaban más de 40 elementos del llamado grupo de “operaciones especiales”, de los cuales 15 tenían presencia permanente en el piso en donde se encontraba su oficina, afuera, adentro y en un despacho aledaño a su privado.
Además, mandó a construir una impresionante barda perimetral en el inmueble que lo blindaba de cualquier ataque potencial desde el exterior.
El convoy que tenía a su disposición era impresionante, únicamente comparable con el del entonces gobernador.
Camionetas blindadas y no menos de una decena de hombres armados, cuidaban su traslados.
Conocedor de la lógica con la que operan los grupos delictivos en el país, estaba consciente de los riesgos que implica favorecer a uno en específico en detrimento de los otros.
Y bajo esa premisa normaba su actuar.
Los protocolos de seguridad se reforzaron cuando, usando la misma filosofía que ensayó como funcionario federal, designó a un grupo criminal en específico como el “consentido” para hacer florecer en el estado el negocio del huachicol.
Este favoritismo generó también una estela importante de “damnificados”, siempre listos para satisfacer sus apetitos revanchistas.
Los miedos de Facundo iban en aumento.
Sobre todo cuando llegó la detención por parte de elementos del ejército de dos de sus incondicionales insertados en cargos de altísima responsabilidad en aquella SSP.
Fueron sorprendidos escoltando camionetas cargadas de combustible robado, pertenecientes a aquel grupo delictivo al que se protegía desde lo más alto del poder político y el servicio público poblanos.
El boomerang amenazaba con impactar de lleno en Facundo.
El tufo de la complicidad y el encubrimiento era demoledor.
Imposible pensar que dos de sus principales colaboradores actuaran sin su conocimiento.
El panorama parecía más que negro para quien se había convertido en uno de los consentidos de Moreno Valle, quien hizo uso de la enorme influencia que tenía en el gobierno de Peña Nieto para salvarlo.
En lugar de iniciar una investigación para deslindar responsabilidades por la colusión oficial con las bandas dedicadas al huachicol, desde Los Pinos pidieron que simplemente lo separaran del cargo.
Así, nada más, sin mayores consecuencias.
Ahora a Facundo Rosas le toca nuevamente vivir con miedo.
Un miedo que seguramente se transformará en pánico, una vez que avancen las investigaciones que lleva a cabo el gobierno de Estados Unidos, sobre los amarres entre el cártel de Sinaloa y quien fuera su jefe, cómplice y amigo.