Por Valentín Varillas
En la oficina principal de Los Pinos tienen ya claro cuál será la fórmula que apoyarán para que compita por la gubernatura y la alcaldía de Puebla el primer domingo del próximo año.
Impulsada a rajatabla por el Secretario de Gobernación y avalada a trompicones por el jefe del Ejecutivo Federal, la dupla que en teoría defendería de mejor manera los intereses de la cúpula gobernante nacional –no necesariamente la del priismo-, está conformada por Juan Carlos Lastiri como aspirante al gobierno estatal y Víctor Manuel Giorgana como candidato a la presidencia municipal de la capital.
Así como lo lee.
Si bien en el papel la alineación luce peor que la de los descendidos Jaguares de Chiapas, hay una lógica detrás de la selección de estos perfiles.
Una lógica extraña, surrealista, poco congruente, pero una lógica al fin.
Para quienes llevan las riendas de este país, con las funestas consecuencias que esto ha implicado, Lastiri merece la nominación por una cuestión de meritocracia pura.
Según ello, tiene que ser el candidato porque, actualmente, es el poblano que desempeña el cargo de mayor importancia dentro del organigrama de servidores públicos con aspiraciones: subsecretario federal.
Nada más.
No importa para ellos si el señalado cumple o no con los criterios mínimos de rentabilidad electoral para determinar si su candidatura sería competitiva o no.
Por cierto, no los cumple y los promotores lo saben de sobra.
Lastiri no tiene -ni cerca está de alcanzar- siquiera dos dígitos en materia de conocimiento, popularidad e intención de voto y es superado con creces por otros perfiles que no han manifestado abiertamente su deseo de participar en la contienda.
El funcionario está consciente de lo anterior, pero jugará su papel de “serio contendiente” hasta el final, en aras de negociar lo que realmente busca en el 2018: un buen lugar en la lista de candidatos al Senado de la República por la vía plurinominal.
Lo verdaderamente extraño detrás de la lógica de perfilar a Lastiri, es que este criterio no fue aplicado en el proceso de selección del candidato al gobierno estatal en el 2016.
De haber sido así, el propio Lastiri tendría que haber sido el candidato y no Blanca Alcalá.
O al revés: si para ellos un senador pesa más en términos de meritocracia que un subsecretario federal, Alcalá tendría que repetir como candidata.
Ya ve, priistas al fin.
El tema de Giorgana es mucho más sencillo.
Aquí no se tomaron en cuenta méritos partidistas o en el servicio público.
Se trata, simple y llanamente, de un tema de amistad.
Y es que, muy pocos saben que Víctor Manuel es un entrañable amigo del presidente Peña Nieto.
Los lazos se crearon cuando ambos formaron parte de la directiva de un órgano priista que integraba a todos los líderes de los congresos estatales emanados del tricolor.
Giorgana lo era en el sexenio de Melquiades Morales.
Peña Nieto también, cuando Arturo Montiel gobernaba el Estado de México.
Ahí, se sentaron las bases de una relación cercana que prevalece en la actualidad.
Al igual que con Lastiri, no importa si existe un perfil más calificado o que pueda tener un mejor desempeño como candidato.
Giorgana es el cuate del presidente y punto.
Nada más.
Sobra decir que a Víctor le encantaría competir por la alcaldía, sería como alcanzar el sueño anhelado o sacarse la lotería.
Es evidente que todavía falta mucho para perfilar la fórmula definitiva que compita por los cargos más codiciados de la política poblana.
Viene un intenso período de negociaciones, amarres, acuerdos, compromisos y demás que incidirán directamente en la decisión final.
Lo que debe preocuparle a los priistas son los criterios con los que la presidencia empieza a perfilar nombres.
Criterios ambiguos, poco claros, que mandan señales terribles a la militancia y que auguran un nuevo y rotundo fracaso electoral en Puebla.
Un fracaso que puede ser negociado, para beneficiar políticamente al mejor aliado del presidente: el ex gobernador Moreno Valle.
