23-11-2024 02:37:15 PM

Coincidencias y diferencias del rito sucesorio poblano

Por Valentín Varillas

El evento no demeritará, en nada, las altas expectativas que ha generado en el ámbito político y en la opinión pública local.

Ahí estarán todos: desde los incondicionales de siempre hasta los infaltables oportunistas de ocasión.

El discurso será impecable y cumplirá con los postulados básicos de la siempre complicada cortesía política: civilidad, mesura y la infaltable promesa de inclusión para todos aquellos que quieran sumar a la “transformación de Puebla”.

El auditorio responderá entusiasta, envolviendo en aplausos y vítores al nuevo tlatoani.

Como cada seis años, el gobernante en turno enfrentará su cita con el destino.

Nada nuevo.

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El guión pudo haber sido escrito hace diez sexenios y los cambios al final resultarían mínimos.

La vieja trama de la sucesión gubernamental, en el fondo, permanece inmutable y se erige como una de las prácticas más consolidadas del sistema político local.

Las modificaciones son menores:

Nuevos actores, vendidos como un elenco de primera, en el papel capaces todos de desempeñar con creces la parte que les corresponde, una mejor producción, pensada y operada en función de las debilidades de la anterior y un director que ofrece que su obra maestra, en este caso, será una alegre continuación de la anterior.

En los hechos, pocas novedades.

Gali, a diferencia de Moreno Valle, seguramente no etiquetará en su toma de protesta a quien fungirá como el enemigo del régimen.

Tampoco ensayará un discurso de contraste que desnude y exhiba en la plaza pública las omisiones y fallas del que en teoría se va.

Al contrario, por vez primera, la herencia que deja el gobernador saliente se convierte en los hechos en el eje central de las acciones que tomará quien hoy llega la cúpula del poder.

El público, como siempre, se comportará igual.

Los gobernados, invariablemente, alimentan la eterna esperanza de que todo cambiará para bien, o en este caso, que esa mejora continuará.

Aunque con una inusual mesura, Tony tendrá que ensayar algunos de los ejes centrales del rito sucesorio poblano y jurar por todos los dioses que las promesas incumplidas, por mínimas que parezcan en su particular óptica, quedarán en el pasado.

Que no se repetirá más el olvido gubernamental.

Que la inoperancia, la corrupción, la opacidad y la apatía oficial seguirán siendo desterrados de la política y el servicio público poblanos.

Así sucedió con la llegada de Manuel Bartlett y los hombres del cambio, con Melquiades y el sentido social de gobernar, con Marín y su gobierno de nueva generación y con Moreno Valle y su compromiso con la modernidad.

Cada uno de ellos, en su momento, fue etiquetado por la opinión pública como el gran salvador del estado.

Queda para la historia lo que hicieron o dejaron de hacer.

Los ciudadanos, otra vez, han generado expectativas muy altas en torno a lo que esperan del gobierno del continuismo.

Del primer capítulo del tan ansiado Maximato.

La esperanza, hasta ahora, había tenido una vigencia de seis años.

Hoy, su expectativa de vida se reduce a 18 meses.

El reto, por lo mismo, es mucho mayor.

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