25-04-2024 09:26:19 AM

Muere Edward Kennedy, quien cambió el destino de la dinastía

Con la muerte de Edward F. Kennedy, no solo se marca el fin de una influyente dinastía del Estado de Massachusetts en la política moderna de Estados Unidos, sino que se inscribe en una era de dramáticos cambios que hoy enfrenta esa nación. El menor de los Kennedy fue un hombre que conoció el triunfo y la tragedia, pero que será recordado como uno de los senadores más efectivos en la historia legislativa de su país. Fue el menos famoso de esa generación que llegó a encarnar el glamour, el idealismo político, la tragedia y la muerte anticipada en las élites políticas de su país. El mito Kennedy –como algunos lo llaman- capturó la imaginación del mundo por décadas y, aunque llegó a descansar sobre los hombros, logró cambiar ese rumbo marcando su propia historia.

En efecto, Ted Kennedy sirvió durante 46 años a la política de su país y fue el Demócrata más conocido en el Senado. Fue además el único de sus hermanos dedicados a la política que murió después de alcanzar la edad madura. Tanto el Presidente John F. Kennedy como el Senador Robert F. Kennedy, fueron asesinados alrededor de los 40 años. El hermano mayor, Joseph P. Kennedy Jr., murió a los 29 años mientras participaba en la II Guerra Mundial. Sin la prosapia de sus antecesores, Edward estuvo cerca o en el centro de buena parte de la historia estadounidense en la última parte del siglo XX y los primeros años del XXI. Durante buena parte de su vida adulta pasó de la victoria a la catástrofe, ganando cada elección para el Senado en la que participó, pero fracasando en su único intento para la presidencia. Pasó por las repentinas muertes de sus hermanos y tres de sus sobrinos, además de que soportó la responsabilidad por el ahogamiento de Mary Jo Kopechne, ex subalterna de su hermano Robert, en la Isla Chappaquiddick. Asimismo, casi resultó muerto en 1964 en un accidente de aviación que le dejó problemas en la espalda y el cuello. Fue una figura emblemática en el Senado y la vida, reconocible de manera instantánea por su mechón de cabello blanco, su rostro grande y rojizo, sus resonantes zapatos de piel, su paso potente y dificultoso. Era una celebridad, a veces una parodia de sí mismo, un cálido amigo, un adversario implacable, un hombre de enorme fe y grandes defectos. En fin, un personaje melancólico y perseverante, que bebía copiosamente y cantaba de manera estridente canciones mexicanas. Era, como dijeran mucho, todo un Kennedy.

Nacido en una de las familias más acaudaladas de Estados Unidos, Edward Kennedy habló por los oprimidos en su vida pública mientras llevaba una imprudente vida privada de playboy y actuaba como un libertino durante las noches y fines de semana. Descartado desde las primeras etapas de su carrera como un sucesor indigno de sus reverenciados hermanos, ganó no solamente estatura por su longevidad sino por ceñirse a los principios liberales y frecuentemente cruzar el cisma partidista para promulgar legislaciones. Pese a que no fue un hombre de apetitos políticos descontrolados. a veces incorporó a su trabajo público un impresionante catálogo de logros legislativos en materia de políticas sociales. Kennedy dejó su huella en las legislaciones de derechos humanos, salud, educación, voto para minorías y empleo. Al momento de su muerte fungía como Presidente del Comité de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones del Senado. Fue más que un legislador una leyenda viviente, cuya presencia garantizaba una nutrida concurrencia y figuraba como un referente para muchos presidentes.

Kennedy luchó durante buena parte de su vida con su peso corporal, con el alcohol y sus persistentes historias de mujeres. Su vida personal se estabilizó en 1992 tras contraer matrimonio con Victoria Ann Reggie, una abogada de Washington. Su primer matrimonio con Joan Bennet Kennedy, terminó en divorcio en 1982. Nacido el 22 de febrero de 1932 en Brookline, Massachusetts, Edward Moore creció en una familia de reconocidos políticos. Tanto su padre, Joseph P. Kennedy, como su madre, Rose Fitzgerald, provenían de prominentes familias irlandesas y católicas con una larga participación política y militancia en el Partido Demócrata de Boston y Massachusetts. Su padre, quien hizo una fortuna en el campo de los bienes raíces, el cine y la banca, fue durante la administración del Presidente Franklin D. Roosevelt el primer presidente de la Comisión de Valores y Cambio, además de Embajador en Gran Bretaña. Aunque su padre lo hubiera calificado –por su talento e inteligencia- en el cuarto lugar de sus hijos, para muchos analistas él tenía su propio brillo, distinto al de sus hermanos pero largo y mucho más constante. En ese sentido, si se examina objetivamente el impacto de los Kennedy sobre la política de su país, Edward termina siendo el más significativo por mucho.

Ted Kennedy nunca pudo lograr lo que muchos estimaban era su destino, la presidencia de Estados Unidos. Perdió la nominación Demócrata ante el entonces presidente James Carter en 1980, en medio de una serie de escándalos. Pero más allá de eso, su aspiración presidencial se había desmoronado desde el controvertido incidente de Chappaquiddick. Esa noche del 18 de julio de 1969, Kennedy había ido a una fiesta a la que asistieron varias chicas que trabajaron para la campaña presidencial de su hermano Robert, asesinado el año anterior. Poco antes de la medianoche, Kennedy salió con una chica de 21 años que lo acompañaba. Al pasar por un puente el automóvil volcó y quedó sumergido en el agua. Kennedy pudo escapar ileso, pero la joven murió ahogada. Ted afirmó haber intentado salvarla, pero esperó hasta la mañana siguiente para informar a la policía sobre la tragedia. La justicia lo condenó a dos meses de libertad condicional por abandonar la escena del accidente, pero su aspiración a la presidencia quedó arruinada para siempre. No obstante, ese accidente marcó también su verdadero destino porque finalmente quedó en libertad de enfocar con pasión y sagacidad política lo que fue un llamado más natural, el ser uno de los maestros legisladores y grandes reformadores en el Senado. La actuación de Kennedy después de 46 años sólo puede ser envidiada por sus pares a medida que comparten con el resto del país el dolor de su desaparición. Es un legado anclado en la insistencia de que la política debe ser abordada y administrada a través del prisma de las necesidades humanas. Junto con su duramente ganada maestría de los detalles parlamentarios y de una voluntad de cruzar las líneas partidarias para ganar votaciones cruciales, el indeclinable liberalismo de Kennedy dejó un robusto legado: leyes que fueron hitos en derechos civiles, el sistema judicial, los refugiados, la seguridad social, la política exterior (fue uno de los 23 senadores que votaron en contra de la invasión a Irak), derechos humanos, capacitación laboral, educación pública y salario mínimo.

En 2008, en una agridulce despedida ante la Convención Demócrata que nominó a Barack Obama, azuzó a su partido para que actuara en lo que definió como “la causa de mi vida”: la atención de la salud con calidad como un derecho fundamental de los ciudadanos. Su destino forjado en la tragedia y expresado de manera por demás elocuente cuando abandonó la lucha por la presidencia fue simple: “El trabajo continúa, la causa perdura, la esperanza todavía vive y el sueño nunca morirá”. En sus discursos finales, explícitamente entregó ese destino al presidente Obama. Su fallecimiento puso fin al dominio de su familia en el Partido Demócrata pero, sobre todo, dejó al actual Presidente sin un aliado crucial en su dura batalla en el Congreso para aprobar la reforma al sistema de salud.
joseantonio.meyer@gmail.com

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