El nombre de la mesa de trabajo para la que hemos sido convocados en este Tercer Coloquio Entremedios hace referencia a una pregunta: “Las encuestas ¿la parte constituye el todo?”, y en ese sentido me gustaría abordar este breve ensayo, es decir, intentando responderla.
Comenzaría diciendo que pueden haber, de entrada, dos respuestas: Sí y no. Y a partir de ellas desarrollaré el contenido de esta ponencia.
El asunto del muestreo.
En primer lugar, la respuesta afirmativa tiene que hacer referencia a las cuestiones metodológicas inherentes a un ejercicio demoscópico. En una medición de opinión pública, por supuesto que la parte constituye al todo, pues el trabajo debe estar sustentado en los principios científicos de la Teoría del Muestreo. Y no nos dedicaríamos a hacer encuestas de ningún tipo si no aceptáramos esta primera verdad.
Una encuesta es un estudio que tiene por objeto el conocer la opinión de un colectivo social a través de la aplicación de un cuestionario, no a todas las personas que lo integran, sino solamente a un grupo representativo de él, es decir, a una muestra.
Desde luego, esa muestra debe ser fiel reflejo de lo que pueda pensar u opinar toda la sociedad en su conjunto. Y para el diseño de esa muestra existe toda una teoría científica, basada en el estudio de matemáticos que a lo largo de muchos años han creado fórmulas que nos brindan la certeza de que un pequeño grupo de personas es representativo del universo completo de la sociedad analizada. Por supuesto, el trabajo demoscópico no maneja cálculos exactos como las matemáticas en general, puesto que está basada en experimentos probabilísticos, en pruebas inductivas que han llevado a generalizaciones y teoremas.
Este es el fundamento de la validez de las encuestas y estudios de opinión cuantitativos en general: Una muestra es válida si la metodología aplicada en su diseño fue correcta y basada en los axiomas y fórmulas ya practicados y comprobados por la ciencia de la probabilidad y estadística.
Y este principio es aplicable a cualquier tipo de medición demoscópica. Aunque nosotros nos avocaremos al ámbito de las encuestas de preferencias electorales o de naturaleza política o gubernamental.
Ahora bien. La validez y certeza de una encuesta política no solo depende del diseño de la muestra en cuanto a la correcta aplicación de fórmulas y tamaño de muestra. También está basado en los criterios aplicados en la selección de los estratos, conglomerados, áreas geográficas y composición socioeconómica de dicha muestra. Existe toda un área de conocimientos sobre los distintos tipos de muestreo que pueden ser utilizados. Pero también resulta oportuno mencionar que el conocimiento de la zona, grupo social o geografía específica de donde se va a aplicar la encuesta son bases fundamentales para que la empresa o institución que lleva a cabo el trabajo llegue a conclusiones certeras sobre lo que está analizando.
Cuando la parte no corresponde al todo.
Pero regresando a la pregunta original, ahora podríamos aclarar también el porqué, a veces, la parte no constituye al todo en un estudio de opinión determinado.
La respuesta salta a la vista. Y aquí no tiene que ver la metodología, sino más bien la ausencia de parámetros metodológicos en quienes llevan a cabo la investigación social. Y esto puede ocurrir, también, por dos razones: Por ignorancia o por manipulación deliberada.
En el primer caso puede ocurrir que no se haya realizado una correcta aplicación de las metodologías existentes y de la teoría del muestreo. De esta forma se pueden llegar a datos falsos o inexistentes. De cualquier forma existe responsabilidad, pues no es posible que alguien o alguna empresa o Institución se dediquen a realizar estudios de opinión y no sepan aplicar una correcta metodología científica. Y aunque suene ridículo suele suceder mucho últimamente.
Pero en el segundo caso, y mucho más grave, puede haber ocasiones en las que se den a conocer resultados de una encuesta electoral o política que fueron falseados intencionalmente. Y esto es peor. En los últimos años, gracias a que se ha generalizado ya la utilización de encuestas para medir el pulso de la sociedad en todos los ámbitos, no ha faltado quien crea que al publicar datos falsos sobre preferencias electorales se puede favorecer o crecer la popularidad de un partido o candidato.
Por supuesto el tema es material de otro debate. Por el momento me conformo en decir que está comprobado que solo un porcentaje pequeño de personas deciden su voto por observar los resultados de una encuesta de preferencias pre-electorales.
Pero la vorágine de las campañas electorales contemporáneas ha hecho que no pocos políticos ingenuos -o demasiado ambiciosos- y falsos estrategas, piensen que la difusión de datos manipulados o estudios de opinión inexistentes provocará una corriente de electores a su favor el día de los comicios, cuando lo que está ocurriendo es, en muchas ocasiones, lo contrario.
Subestimar a los votantes no siempre trae consigo buenos resultados. La gente, aunque no está muy acostumbrada al análisis de datos y metodologías demoscópicas, sabe cuando un personaje es mal candidato o no posee carisma, por mucho que se difundan supuestos estudios de opinión que le favorezcan intencionalmente.