Por Valentin Varillas
Sin fundamento, los mañosos rumores que daban por un hecho la salida de Gilberto Higuera Bernal de la Fiscalía del Estado.
Calenturas de fin de administración de quienes, en sus sueños más húmedos, se sienten con los tamaños suficientes para llegar al cargo.
No, en los hechos no les da.
Para nada.
Se asumen gigantes, desde la óptica de su mínima burbuja de influencia.
Un microcosmos enano de alcances meramente aldeanos, que no les permite ver los alcances reales que sugiere el llevar las riendas del sistema de procuración de justicia poblano.
“Les hace falta cancha”- sería la sentencia inobjetable de cualquier Director Técnico, hasta en la liga más modesta del fútbol amateur.
De entrada, porque 40 años conociendo a fondo las entrañas del enorme y peligroso monstruo de la operación de autoridades y grupos de facto en este país, te da mucho manejo de partido.
Tanto tiempo, permite además el contar con una gama inmensa de excelentes relaciones a todos los niveles.
Aquí y allá.
Interlocución absoluta con siete jefes del ejecutivo estatal y con lo más granado e influyente de quienes conforman la auténtica élite que mueve los hilos de la nación. Tanto en el mundo civil, como en el militar.
Los de verdad poderosos.
Esto se da en tiempo presente, pero está garantizado también para el futuro inmediato.
Más allá de lo que ordene la voluntad popular que se expresará en las urnas el primer domingo de junio próximo.
Aquí es un tema de carrera en el servicio público y no de coyunturas político-electorales.
Ninguna entidad federativa en todo el territorio nacional puede ni debe darse un lujo así.
No con el nivel de degradación de nuestro tejido social.
Imposible permitir que factores como los compadrazgos, el influyentismo, el amiguismo o el sesgo partidista, pesen en la decisión soberana e independiente de un poder autónomo sobre quién debe de encabezar el entramado institucional para investigar y perseguir los delitos, además de ejercer la acción penal correspondiente en contra de quienes los cometen.
Imagínese cometer, a estas alturas, los mismos errores del pasado.
No, mejor no lo imagine.
Pareciera fácil, a botepronto, armar teorías conspirativas que justifiquen un absurdo futurismo a modo.
No se requiere el menor talento para darles forma, ni para elegir a los tontos útiles que les servirán como caja de resonancia.
El espíritu de ensayar cualquier tipo de cambio sobre todo antes de que se cumplan los inevitables plazos que los contemplan, sugiere modificar el status quo en aras de alcanzar una probada mejoría.
No de provocar un perjudicial e irreversible retroceso.
Quien se sienta a la altura como para pelear con semejantes antecedentes, que someta al escrutinio público el primer currículum.
¿Quién dice yo?