Por Valentín Varillas
A partir de la entrega de ayer, recibí una serie de muy interesantes y pertinentes comentarios de mi querida Rocío García Olmedo.
Una mujer que ha tratado a profundidad y por muchos, el tema de la participación de las mujeres en la vida política nacional.
Sobre todo, en lo que a cuotas de género y repartos de candidaturas se refiere.
Ella ha seguido puntualmente, faltaba más, todo este debate sobre la pertinencia de que el INE obligue a los partidos a postular a 5 mujeres y 4 hombres en los estados en donde se renovarán gubernaturas.
Comenta, entre otras cosas que las intervenciones de los representantes de los partidos ante la autoridad electoral, la “remontaron a lecturas que han dado cuenta de los posicionamientos de rechazo _en aquella época- al voto femenino, expresados durante los primeros gobiernos institucionales en México”.
Si fue así, la verdad es que lo ignoro.
Conozco únicamente los argumentos jurídicos que, en la óptica de los propios partidos justificaría el rechazo unánime a la propuesta.
Pero me parece que un argumento de este tipo, privilegia la forma por encima del fondo.
Lo cierto es que, por primera vez en la historia habrá dos candidatas presidenciales mujeres.
Perfiles que no sólo cumplieron con la complicada y a veces injusta meritocracia interna de los partidos para poder aspirar a las posiciones de mayor jerarquía en el juego democrático, sino que, más allá del género, son sus apuestas más competitivas.
Tendremos una mujer presidenta en México y esa es la prueba principal de que, con sus deficiencias y perfecciones, al interior de los partidos se han abierto mucho más las condiciones que les permiten crecer políticamente.
Este hecho claro, contundente y al margen de cualquier ambigüedad, va a contrapelo de otro de los argumentos de mi querida Rocío que afirma que: “A los partidos políticos por supuesto que les interesa el voto de las mujeres, pero han demostrado que no les interesa postular a mujeres y hacen todo lo posible por evitarlo”.
Desde 1982, hace ya 41 Rosario Ibarra de Piedra abrió la breca de mujeres que buscaron en su momento la presidencia.
Le siguieron Cecilia Soto, Marcela Lombardo, Patricia Mercado, Josefina Vázquez Mota y Margarita Zavala.
Pocas, poquísimas si tomamos como marco de referencia en el análisis un escenario ideal en donde cada vez más mujeres, en igual número que los hombres, estuvieran dispuestas a dedicar su vida a la política.
A hacer lo que hubiera que hacer para destacar en las grandes ligas y por supuesto, que tuvieran mayores y mejores condiciones para escalar posiciones al interior de los partidos.
Pero hay que tener en cuenta también la lenta y tortuosa transformación de una sociedad hasta hace muy poco reacia a votar mayoritariamente por candidatas.
Y aquí está, me parece, el punto central del análisis.
El México real no es homogéneo.
Sigue estando en algunas zonas geográficas lleno de estereotipos.
Pero no hay que perder de vista no sólo la inminente llegada de una mujer a la presidencia, sino el cada vez mayor número de gobernadoras, presidentas municipales, diputadas locales y federales, senadoras, secretarias de Estado y demás.
Estamos a años luz de lo que en justicia debería ser; sin duda.
Hoy, en el punto específico del debate sobre el famoso 5-4 en la elección de gobernadores y gobernadoras el próximo año, más que un tema de “conservadurismo político”, insisto en mi teoría de maximizar la rentabilidad electoral.
Por las razones que sean, hoy los partidos no han sabido o no de plano no han podido hacer que, en determinadas entidades federativas, llevar a una mujer como candidata sería poner en riesgo un numero importante de votos.
En otras, sin embargo, aparecen como la única opción que les garantiza el triunfo.
De acuerdo al “deber ser”, ni siquiera las cuotas de género deberían de existir.
Lo deseable sería que los casos de Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez se multiplicaran a lo largo y ancho del país.
Que más allá de su realidad de género, sean cada vez más las mejores apuestas de sus partidos.
Lo que es, en los términos más estrictos que norman la política real, los mismos que llevaron a Sheinbaum y a Gálvez a amarrar la candidatura presidencial, es que en algunos de estos 9 estados, el posicionamiento entre los votantes potenciales de los partidos y de las mujeres que pretenden gobernarlos, de plano no empata.
Y en la demoledora lógica de la competencia electoral, la obtención de votos pesa más en la definición de candidatos que cualquier otra cosa.
Justo o no, eso es lo que sustenta la inconformidad de los partidos.
De todos, absolutamente todos.