Por Valentín Varillas
Julio Huerta no va a ser el candidato de Morena al gobierno del estado.
Lo sabe el presidente, lo sabe Claudia Sheinbaum y los saben las instancias partidistas encargadas de operar el proceso en Puebla.
Pero lo más importante es que lo sabe él también.
Y desde hace tiempo.
Porque, aunque sus corifeos hagan maroma tras maroma para darle la vuelta al tema, el mensaje de la virtual candidata presidencial en el sentido de que quienes la apoyaron en el proceso interno no llevarán mano en la selección de candidatos es contundente.
Trae mucha jiribilla: para él y para muchos otros más que se la jugaron por ella en otros estados del país.
Habrá equidad en el reparto del pastel.
Sin embargo, esta realidad, lejos de aminorar el trabajo político que ha venido llevando a cabo -con su respectivo dispendio de millones y millones de pesos- lo ha intensificado de manera significativa.
La razón es obvia: se trata de la vieja estrategia de encarecer su negociación.
De hacer crecer, a como dé lugar, su premio de consolación.
Porque, en aras de mantener las condiciones ideales de tranquilidad y paz al interior del partido en la aldea, la pomada del hueso va a tener que aplicarse.
Pero hay de pomadas a pomadas.
Muy variadas, con distintos olores y colores pero sobre todo: de diferente efecto y calidad.
Y ahí está el punto medular en esta historia.
Huerta le apuesta, por una parte, a lo que quede de la gran influencia que en su momento le dio el gobernador Miguel Barbosa.
Esa que hacia que se le cuadraran presidentes municipales, diputados y servidores públicos de distintos niveles y jerarquías.
Pero la llamada “bufalada” cambia según el sentido que tomen los caprichosos aires de la política.
Invariablemente se pliegan al poder.
Al que se ejerce en tiempo presente y al que calculan va a sentar sus reales en el futuro.
Así que, de esos gloriosos tiempos, de esas dulces mieles, queda muy poco.
Y no me refiero a la espectacularidad de los actos públicos, de la intensidad de los reflectores, o de la obsesiva cobertura mediática a modo.
Este juego se gana con votos; contantes y sonantes.
Nada más.
Es lo único que importa.
Lo demás es faramalla, adorno, parafernalia apantalla-bobos.
Y en ese sentido, con la frialdad con la que se mide en los hechos la rentabilidad electoral, el antecedente de Huerta no puede ser peor.
Su derrota como candidato de Morena a la diputación local por el distrito 26 con cabecera en Ajalpan en aquel 2018.
El año en el que el fenómeno López Obrador lo arrastró todo e hizo ganar a pésimos candidatos que de otra forma no hubieran tenido la menor oportunidad de llegar al servicio público.
Muchos por cierto, fueron también un auténtico desastre en el ejercicio de sus respectivas funciones.
Pero esa derrota marca de por vida y sienta el peor de los precedentes para quien, por lo menos en su costosísima publicidad, sigue asegurando que gobernará Puebla.
Volvemos entonces y de manera necesaria a la cabeza que le da título a esta entrega: Desde el realismo más absoluto: ¿para qué le alcanza a Julio?
¿Cuál de todos los cargos de elección popular que estarán en juego el próximo año, refleja con mayor exactitud lo que este personaje vale realmente en lo político?
Se abren las apuestas.