Por Valentín Varillas
Desde el inicio de su sexenio, el presidente López Obrador ha arremetido en contra de la llamada clase media.
El embate se volvió mucho más frontal y agresivo, después del proceso electoral del 2021 y el revés que sufrió Morena en la ciudad de México.
“Aspiracionistas”, “conservadores”, “fifís”, fueron parte de una serie de muy amplios y variados epítetos que, de manera sistemática y hasta obsesiva, les dedicó en varias de sus famosas Mañaneras.
Los culpó de una sangría de más de 3 millones de votos, si se toma como base el número de votos que obtuvo el hoy oficialismo en el 2018 y ya de pasó los excluyó del cada vez más estrecho concepto que tiene de lo que él considera como “pueblo”.
Ese sector social que de acuerdo a su discurso, es siempre, invariablemente, la prioridad número uno en las acciones de su gobierno.
Según el propio Inegi, en México, cerca del 40% del total de la población pertenece a la clase media.
El instituto tiene su propia valoración cuantitativa para normar esta clasificación.
Por ejemplo: quienes gastan cerca de mil quinientos al mes en comer fuera de casa, tienen al menos un computadora y son sujetos de algún tipo de beneficio crediticio.
El más común: la tarjeta de crédito.
Si estos indicadores se consideran lo suficientemente certeros, absolutos, definitivos y al margen de cualquier tipo de ambigüedad, cualquiera pudiera pensar que enfrentar y afectar al clasemediero nacional, es por decir lo menos un suicido político, si la intención es repetir en la presidencia a partir del 2024.
Sin embargo, a pesar de la frialdad de estos números, en los hechos no existe en México un concepto único que defina con precisión a la “clase media”.
Es más, hay quienes sostienen que la política asistencial que ensaya el gobierno federal; la que se basa en la entrega de dinero en efectivo a estudiantes, madres solteras, personas de la tercera edad, personas con discapacidad y demás, no está realmente diseñada para privilegiar a los pobres, sino a una “clase media baja”.
Y buena parte de ese 40% que refleja el Inegi, debería de ser considerada dentro de esta clasificación, ya que en los hechos recibe esta serie de beneficios y por lo mismo, son parte de lo que Morena considera como su voto duro.
Por lo mismo, aquella frase de “primero los pobres”, no es tan exacta como se vende y tendría que modificarse para que fuera un reflejo mucho más real de qué sector de la población integra el mercado meta que el presidente y su partido quiere controlar políticamente.
¿Qué tal “primero los no tan pobres”?
Esa máxima gana en veracidad, pero pierde en valor en un discurso público que se basa en el más banal de los populismos.
Una revisión somera de la realidad socio-económica de quienes integran los padrones de beneficiarios de las transferencias que reciben del gobierno oficial, demostraría todo lo anterior.
Se trata de quienes, aunque de manera muy precaria y con muchas carencias, sí tienen la posibilidad de cubrir sus necesidades elementales.
Este recurso “extra” que reciben, sí incide directamente en una mejora sustantiva de su nivel de vida, a diferencia de quienes viven en la pobreza extrema.
Lo anterior podría parecer contradictorio, pero en la realidad no lo es.
Los más pobres de los pobres necesitarían mucho más que estos apoyos, para que les cambie la vida de manera radical.
Además, los beneficiarios de estos programas, en su mayoría viven en zonas urbanas de alta concentración poblacional y por lo mismo, las que tienen un mayor potencial en términos de la rentabilidad electoral.
De manera sistemática, el presupuesto destinado a este rubro crece cada año.
Para el ejercicio fiscal 2023: el aumento fue de 598 mil millones de pesos, de acuerdo con el presupuesto de egresos aprobado por el legislativo federal.
Este monto representa el 7.21% del total del gasto social programado para este año.
Así que, no se vaya con la finta.
La millonaria entrega de dinero a cambio de votos a futuro, es una estrategia fríamente calculada.
El mercado al que está orientada, es el que más votos aporta, elección tras elección.
Está diseñada y operada con el objetivo de que la 4T repita en la presidencia y no se agote en un sexenio.
No hay partido, ni organización opositora que pueda competir con este millonario monstruo compra-conciencias.
El mensaje es muy claro: “si quieres seguir recibiendo tu lana, sigue votando por mí”.
Si no, no hay más.
Así de claro, así de contundente, pero igualmente efectivo si de ganar elecciones se trata.