Por Valentín Varillas
La lista es larga, muy larga.
Los agravios han ido de menos a más.
Aunque en la política mexicana manda todavía aquella frase de que “la forma es fondo”, en el caso de la relación entre Ricardo Monreal y Andrés Manuel López Obrador, hay deslealtades muy claras que le han pegado de lleno a la línea de flotación discursiva y a la base que sostiene los principios de la Cuarta Transformación.
Las más graves, por clasificarlas de alguna manera y así facilitar el análisis, han sido provocadas por el senador, no por el presidente de la República.
Una de ellas, muy penada al interior de los usos y costumbres que norma el actuar del grupo que hoy gobierno el país, es dudar de la legitimidad de la toma de decisiones o bien de los procesos internos para elegir candidatos o liderazgos.
Como se lo he comentado en otras entregas, a mí me parece que este es el núcleo de Morena, la razón de ser de su movimiento, el mito fundacional que le dio sentido a su nacimiento y a su posterior llegada al poder.
Monreal ha cuestionado, tal vez con razón, todo lo anterior.
Lleva meses hablando de dados cargados en lo que se lleva del proceso de sucesión presidencial.
Ha declarado que hay una favorita a la que se le deja hacer y deshacer a placer, sin importar que sus acciones violen la ley electoral.
Asegura que esas acciones que violan la equidad en la contienda interna son toleradas y hasta fomentadas desde la oficina principal de Palacio Nacional.
Insisto: Monreal puede en los hechos tener la razón.
Es más, esta autocrítica suele ser sana y enriquecer la vida interna de cualquier gobierno o partido político.
Sin embargo, de acuerdo con la lógica que impera en el Movimiento de Regeneración Nacional, en donde la voluntad de un solo hombre pesa por sobre cualquier otra cosa, proceder de esta manera es el equivalente a suicidarse políticamente.
No es lo único.
Monreal se fue por la libre en el proceso de selección del presidente de la mesa directiva del Senado.
El actuar fue tan desaseado, que fueron necesarias varias horas y tres votaciones, para que el zacatecano impusiera a Alejandro Armenta en el cargo.
No era, ni de cerca, la carta de Andrés Manuel.
López Obrador había dado la orden de que el ungido fuera Higinio Martínez, a quien quería darle una especie de premio de consolación después de que no fue designado como candidato del oficialismo al gobierno del Estado de México.
Sin chistar y de forma por demás institucional había aceptado, estoico, la imposición de Delfina Gómez.
Pero Monreal tenía otros planes.
En su microcosmos, en su diminuta parcela de poder, echó a andar una estrategia de auténtica “alquimia electoral” para que al final se hiciera su voluntad.
Engañó, mintió, mandó señales encontradas, distorsionó líneas y hasta mandó a apagar celulares para salirse con la suya.
Y contra todo pronóstico: consiguió lo que quería.
El enojo del presidente y de su operador político por excelencia: Adán Augusto López, fue de antología.
Sobra decir que éste sigue más vivo que nunca, a pesar del aparente cuidado de las formas.
Con todo y que no fue abierto el rompimiento con AMLO, Monreal está marginado de la operación de los temas considerados como de alta prioridad para el cierre de la actual administración.
Es evidente que va “por la libre”.
Por todo esto y conociendo la personalidad egocentrista y rencorosa del jefe del ejecutivo, creo que se equivocan quienes piensan que a Ricardo se le prepara un muy atractivo paquete de compensaciones porque, evidentemente, no va a ser candidato a la presidencia.
Todo parece indicar que no será el candidato al gobierno de la Ciudad de México.
Mucho menos tendrá la capacidad de poner candidato en Puebla, tal y como lo asegura su ahijado político y aspirante a la nominación: Alejandro Armenta.
Juran los enterados que existen gruesos expedientes que lo involucran a él en pactos inconfesables con los llamados “poderes de facto”.
Que hay otros peores, que salpican a sus hermanos David, hoy gobernador de Zacatecas y Saúl, presidente municipal de Fresnillo, uno de los centros de operación preferidos por estas organizaciones.
Y entonces, más que sueños húmedos en materia político-electoral, el mejor y más probable pago por permanecer en Morena y no competir por la presidencia bajo las siglas de otro partido, será el obtener impunidad familiar, por los siglos de los siglos y tal vez, seguir teniendo el control total de su estado: Zacatecas.
De ningún otro más.
Y con esto, se le estaría dando más, mucho más de lo que realmente vale en términos estrictamente electorales.
Jamás lo reconocerá públicamente, tal vez ni siquiera lo comparta con sus más cercanos, pero es evidente que un político con las tablas y los años de experiencia como lo es Ricardo Monreal, lo sabe y entiende de sobra.
Ya con eso.