Por Valentín Varillas
Sí, muchos se la creímos.
Había una necesidad real de sumar a los poquísimos que en ese momento, en la cúspide del morenovallismo, señalábamos las aberraciones que el gobierno de Puebla ensayaba para evadir su responsabilidad en el asesinato del niño José Luis Tehuatlie Tamayo a manos de policías estatales.
Roxana Luna tomó el tema de Chalchihuapan como bandera.
Atrajo reflectores y su figura destacó, tanto en lo mediático como en lo político.
Se colgó la etiqueta de “perseguida del régimen”.
Claro que, al principio, sintió en carne propia parte de las consecuencias de enfrentar al aparato público estatal.
Pero le fue bien, muy bien comparado al auténtico infierno que tuvieron que vivir otros “compañeros” de lucha.
Y es que, la perredista tenia una agenda secreta diseñada y operada para dar frutos en el mediano plazo.
Vio en la tragedia la coyuntura perfecta para obtener un beneficio político personal.
Se dejó seducir por el enorme poder de cooptación de Rafael Moreno Valle.
Sus operadores intensificaron el trabajo de convencimiento, cuando más oscuro lucía el panorama para quienes formaban parte de aquel grupo en el poder.
Y lograron su objetivo en tiempo récord.
Se hicieron así del esquirol perfecto para infiltrar el movimiento que exigía justicia para José Luis y que parara la represión en contra de quienes se atrevieron a ir en contra de los designios del todopoderoso jefe del ejecutivo federal.
Filtraba información, sembraba rumores que pretendían difamar a sus cabezas visibles y liderazgos reales, los cuales aparecían en columnas y espacios informativos al servicio del régimen.
Fracturó, dividió y debilitó, apostando a que el tiempo condenaría al olvido las reivindicaciones originales de su supuesta lucha política.
Y en esa lógica llegó el término del sexenio de RMV.
Para cuidar las formas, era necesario evitar que el PRD fuera en alianza con Rafael para imponer a Gali en la gubernatura del estado.
En el colmo de la simulación, ella fue la candidata del Sol Azteca.
Los dados estaban echados ya.
La elección del 2016 era simplemente un incómodo, pero necesario trámite burocrático para garantizar la continuidad de aquella élite en el poder.
La verdadera meta era colarse en el reparto de candidaturas para el 2018.
La madre de todas las batallas para Moreno Valle.
Enfrentar el poder de arrastre y carisma de López Obrador en Puebla para perfilar a su cónyuge y eternizarse en la silla.
El control absoluto del erario poblano para operar como “la caja chica” para financiar una potencial candidatura presidencial en el 24.
Era momento de sumar.
Y para Luna Porquillo, de cosechar lo sembrado.
Compitió por la diputación federal por el distrito 12, de la mano de quienes fueron parte de un gobierno criminal que usó las instituciones públicas para encubrir a los responsables materiales, intelectuales y hasta morales de haber matado a un niño.
Una candidatura manchada por la sangre del menor.
Perdió, pero Moreno Valle la utilizó otra vez, ahora para legitimar públicamente uno de los más escandalosos fraudes electorales en la historia de este país.
Sí, a todos nos engañó menos a doña Elia Tamayo.
La madre de José Luis jamás confió en ella.
Su instinto le dio la razón y el cobre salió mucho más temprano que tarde.
Esta es la verdadera, la auténtica Roxana.
La que aprovechó y se colgó del peor de los homicidios para lucrar en lo político.
Imagine el potencial de lo que es capaz de hacer si logra infiltrarse en grupos, colectivos y organizaciones sociales que pudieran tener legítimas reivindicaciones.
Lo que vimos el martes pasado es cosa de niños comparado con lo que puede suceder si otros incautos se dejan engañar.