Por Valentín Varillas
Se encontraron en la marcha de apoyo a la 4T del domingo pasado.
Evidentemente se vieron con gusto.
La foto que subió Ana Lucía Hill en sus redes sociales con Hugo López Gatell no deja lugar a dudas.
El mensaje que acompaña a la foto es, por decir lo menos, anecdótico.
Y es que, la hoy titular de Gobernación en Puebla, recuerda con mucho cariño cuando en el 2009, ella y el subsecretario de Salud federal lucharon codo a codo contra la Influenza.
Estaban en la misma trinchera, la calderonista y trabajaban para combatir el virus en base a una misma estrategia.
Quién diría que años después, ambos personajes se enfrentarían a otra pandemia –mucho más letal y complicada-, también desde el servicio público, en gobiernos de diferentes niveles emanados del mismo partido, pero bajo una lógica y estrategias completamente diferentes.
Y es que, en Puebla, las acciones y políticas públicas que se llevaron a cabo en materia de Covid, distaron mucho de las aplicadas por el gobierno federal.
Hay declaraciones del gobernador Barbosa que no dejan lugar a dudas.
Ésta de abril pasado, por ejemplo:
“Hace mucho tiempo, en los dos años que llevamos de pandemia, que no es importante Gatell; en Puebla no es importante lo que diga Hugo López Gatell”.
Demoledora.
El gobierno federal, sistemáticamente, había relegado a Puebla en la entrega de vacunas y en ese momento en específico, se había recibido un lote que estaba a punto de caducar.
Pero desde el principio de la crisis sanitaria, las coincidencias fueron muy pocas.
Mientras a nivel federal se minimizaba el uso del cubrebocas como una de las medidas más importantes para la prevención de los contagios, aquí en la aldea todos los funcionarios públicos -empezando por el propio gobernador Barbosa- lo portaban en todas y cada una de sus apariciones públicas.
Aunque fueran virtuales.
El simbolismo de predicar con ejemplo fue fundamental como herramienta de apoyo para sensibilizar a los poblanos y convencerlos de los beneficios de portarlo.
El presidente seguía realizando giras y actos masivos a lo largo y ancho del país, por recomendación del propio López Gatell, quien apelaba a la “fuerza moral” de Andrés Manuel como efectivo blindaje contra el contagio, aquí fueron suspendidas de manera fulminante desde el primer día del confinamiento.
Puebla fue pionero de la reconversión de clínicas y hospitales públicos para garantizar la atención de pacientes Covid y se generó un canal permanente de comunicación con los privados, para trabajar de manera coordinada y garantizar que no se colapsara el sistema de salud estatal.
Y lo mismo con aquel ambiguo semáforo epidemiológico.
Ese que, a través de etiquetar a los distintos estado con un sistema de colores, en teoría reflejaba con certeza la realidad de cada entidad federativa vivía en materia de Covid.
Y de esta manera, se determinaban las restricciones de movilidad y de actividades productivas.
El estado y la federación, jamás coincidieron.
Más allá del color con el que se “etiquetaba” a Puebla, aquí se seguían aplicando a rajatabla los decretos que, con datos duros e información fidedigna, eran considerados los más pertinentes de acuerdo con lo que estaba sucediendo en los hechos, no en la teoría.
A contracorriente de opiniones sin fundamentos o de intereses de grupo o políticos, se buscó siempre el evitar situaciones que favorecieran el aumento exponencial de los casos, informando con realismo para generar una mayor conciencia social ante la pandemia.
En el colmo de la paradoja: a pesar de tan marcadas diferencias y de haber hecho a un lado a López Gatell, el propio gobierno federal, a través de la Secretaría de Salud, entregó un reconocimiento a Puebla como “ejemplo nacional en el manejo de la pandemia”.
Tal vez por todo esto, hay mucho simbolismo en la foto de marras.
Mismo cariño: prestigios, resultados y realidades, completamente diferentes.
“Cosas de la vida”-diría el clásico.