23-11-2024 04:05:53 AM

La marcha, desde los extremos

Por Valentín Varillas

Normal que en un país tan polarizado tanto en lo político como en lo social, la marcha del domingo pasado se vea, analice y discuta desde los extremos.

La ausencia de realismo, además de preocupante, es un fenómeno en franco crecimiento que empaña el filtro mediante el cual opinamos y nos comportamos en los temas públicos de la agenda nacional.

Pésima, la decisión de minimizar la capacidad de convocatoria de los organizadores y el nivel de respuesta de los asistentes.

Peor, que desde el discurso oficial se les fustigue y etiquete, por el simple hecho de haber ejercido libremente un derecho básico constitucional: el de la libre expresión.  

La protesta pública fue fundamental para darle forma al movimiento al que pertenece la actual élite gobernante.

La utilización y ocupación de ese espacio que en teoría es de todos, por años fue el escenario para conocer el proyecto y las reivindicaciones de quien hoy ocupa la presidencia de este país.

Por eso, el que se descalifique a quienes hoy han hecho lo mismo, simplemente por ser opositores, resulta una monumental aberración.

Como aberrante resulta el hecho de que el principal orador en el evento, José Woldenberg, un experto en temas electorales, quien estuvo ya al frente del entonces llamado IFE, se atreva a asegurar que México no necesita una reforma en el tema electoral.

Increíble.

 

Afirmar lo anterior es lo mismo que concluir que el trabajo de perfeccionamiento de nuestro entramado democrático ha terminado.

Que llegamos al ideal, cuando el proceso de selección de nuestros gobernantes siempre será perfectible y por lo mismo, tendrá que estar sujeto a una permanente revisión.

A un interminable escrutinio.

La política es una actividad dinámica, siempre cambiante y por lo mismo, el marco legal que la regula no puede ser rígido, inflexible, inamovible.

¿Y entonces?

En los hechos, declarar “vencedores” o “vencidos” tomando como referencia única lo que sucedió el domingo, resulta completamente estéril.

El gobierno federal, el partido en el poder y sus seguidores, tendrían que entender que hay mensajes muy claros, contundentes y espontáneos en la marcha del domingo.

Información que al margen de las inevitables filias y las fobias, tendría que ser una valiosa herramienta para la autocrítica.

Para llevar a cabo una necesaria y deseable tarea de introspección con el objetivo de mejorar su imagen y posicionamiento, de cara a las coyunturas electorales que enfrentarán en el corto plazo.

Para los opositores, hoy emborrachados de triunfalismo ante el incuestionable éxito del evento, será muy complicado entender que, en los hechos, todavía no han ganado nada.

Absolutamente nada; más allá de los alcances que tenga la Reforma que aprueben los legisladores federales.

Esa que, seguramente, terminará siendo un híbrido entre lo que busca el presidente y lo que intenta proteger la oposición.

Que no se les olvide que, de no ser capaces de convertir todo esto en votos contantes y sonantes en las elecciones del 23 y sobre todo en la del 24, las imágenes de los millones de mexicanos que salieron a las principales calles en 63 ciudades del país, pasarán simplemente a engrosar la voluminosa carpeta que compone el anecdotario nacional.

Ahí está el reto.

Ese es el verdadero fondo: más allá del poder de convocatoria, darle forma a un proyecto propio que proponga, que convenza; y que no se base únicamente en señalar los errores del actual grupo en el poder.

Y lo más difícil: después del penoso papel que desempeñaron priistas y panistas cuando fueron gobierno, encontrar un perfil que no cargue la pesada losa del monumental desprestigio que dejaron como saldo.  

No se olvide: los más de 33 y medio de millones de votos de López Obrador son producto del contundente y mayoritario repudio a estos partidos.

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