Por Valentín Varillas
De acuerdo con una encuesta realizada por la empresa Rubrum, si hoy fueran las elecciones para renovar la gubernatura de Puebla, Morena ganaría por más de 10 puntos porcentuales.
El ejercicio estadístico es muy claro: el Movimiento de Regeneración Nacional es el partido hegemónico en el estado, de acuerdo con la intención de voto de quienes manifestaron interés por participar en el próximo proceso electoral local.
El partido guinda tiene un 40.3% de preferencia, contra un 30% del PAN.
Muy atrás queda el PRI, con apenas un 9.3%.
La encuesta se realizó vía telefónica-automatizada el pasado 10 de octubre.
Se aplicó a hombres y mujeres habitantes del estado de Puebla mayores de 18 años y tiene un margen de error de +/- 3.8%.
Según estos números, el tricolor -aunque marginal-, podría jugar como fiel de la balanza para definir al próximo gobernador.
La encuesta no mide cómo se modificarían los números tomando en cuenta la posibilidad de que los partidos conformen alianzas electorales.
Tampoco es claro qué papel podrían jugar los partidos “satélites”.
Se trata de aquellos que históricamente no han competido solos en procesos anteriores y que recurren a las coaliciones como mera estrategia de supervivencia electoral.
La interpretación de estos porcentajes será, como siempre ha sido de lo más diversa y es directamente proporcional a la conveniencia política de cada partido o posible actor con aspiraciones.
Falta un factor clave que tiene una injerencia directa en el sentido del voto: la definición del candidato.
Alrededor de este rubro existe un debate muy interesante entre los especialistas en demoscopia sobre qué influye más en estos tiempos: si la marca, el logo y los colores del partido, o bien la imagen, la personalidad, el carisma y la confianza que pudiera generar el o la candidata.
Hasta hace muy poco, era evidente que lo segundo era lo importante.
Sin embargo, el férreo control político que ha conseguido tener el actual régimen y la capacidad de movilización de estructuras y voto duro a través de la política asistencial que ensaya el gobierno federal, ha cambiado en los hechos la ecuación.
Tampoco aplica aquí la falacia de la aritmética.
Es decir, hacer la simple suma de los votos de los partidos opositores a Morena y concluir que en Puebla existe un empate técnico de cara al 2024.
De entrada, porque quienes aseguran que votarán por un partido en particular, tal vez jamás lo harían por quien los acompaña en la coalición.
Imposible concluir si, en este escenario, se abstendrían de acudir a las urnas o ejercerían un voto de castigo en contra.
Históricamente, los anti-alianzas prefieren no acudir a las urnas.
Además, a estas alturas es imposible concluir si este bloque opositor se va a mantener unido hasta la fecha de la elección.
Para muchos, a pesar del discurso de sus dirigentes, se sostiene con alfileres y está a punto de romperse.
Súmele el hecho de que el PRI poblano está mucho más cerca de Morena que del PAN, en términos de política real.
Que, como ya los hemos comentado en varias ocasiones, sus liderazgos y operadores se mueven bajo la lógica de defender los intereses del partido en el poder que del propio.
Y esto no va a cambiar.
Al contrario.
A medida que se acerque el momento de las definiciones, habrá cada vez más y más priistas sumándole a Morena.
Sí, el escenario para la oposición poblano está lleno de oscuros nubarrones.
Sin embargo, en la complicada fórmula de la política, las variables se mueven, cambian y mutan, con una dinámica nunca antes vista.
Esto, por supuesto, incide directamente en la solución de la ecuación.