27-11-2024 05:27:07 AM

El fracaso independiente

Por Valentín Varillas

 

Nuevo León siempre fue innovador.

Punta de lanza de la vida empresarial nacional, lugar en donde se gestó la verdadera suma de esfuerzos y la unión de los hombres del dinero para, desde ahí, impulsar la economía nacional.

Lo fue también en la política.

Primer estado en tener un gobernador que ganó su elección sin representar oficialmente a ningún partido político.

Nada fácil en un país en donde las leyes favorecen el que los partidos sigan teniendo el monopolio de la competencia electoral.

Las expectativas fueron enormes; casi del tamaño del fracaso del experimento.

La aventura independiente terminó igual o peor que otras historias de terror protagonizadas por los políticos tradicionales.

Misma corrupción, mismos fracasos en materia de seguridad pública, desarrollo social, superación de la pobreza y demás.

La calificación ciudadana fue consistentemente demoledora.

Invariablemente, en todas las encuestas, Jaime Rodríguez aparecía entre los gobernadores peor evaluados del país.

Hoy El Bronco está en la cárcel.

Más allá de que este hecho pueda o no, operar como un efectivo distractor de la opinión pública sobre otros polémicos asuntos que juegan en contra de la imagen del actual grupo en el poder, en esta historia hay lecturas muy interesantes.

Es evidente que en México, los partidos políticos sufren de una enorme crisis de credibilidad.

Por lógica elemental, esto tendría que fortalecer las aspiraciones de quienes buscan llegar a un cargo de elección popular sin cargar con el desprestigio de sus colores, siglas y logos.

En la realidad, esto no ha sido así.

Quienes han logrado sortear las trabas legales para registrarse como independientes, han fracasado rotundamente en las urnas.

Puebla es un claro ejemplo de lo anterior.

Contra viento y marea, enfrentando a Moreno Valle y a las instancias electorales poblanas controladas por él, teniendo que llegar al Tribunal Electoral del Poder judicial de la Federación, Ana Teresa logró ser candidata independiente a la gubernatura en la elección del 2016.

Un gran logro en términos de plantarle cara a un gobernador acostumbrado a controlarlo todo.

Un golpe durísimo al ego de un narcisista que tenía a su disposición la totalidad de las instituciones y poderes públicos del estado.

La “victoria” acabo siendo pírrica, meramente simbólica.

En las urnas, Ana Tere tuvo menos votos que los votos que acabaron anulándose en ese proceso.

Peor imposible.      

Como producto electoral, la candidata independiente acabó siendo la peor de la historia.

¿Y entonces?

Los ciudadanos no queremos partidos, pero tampoco apoyamos con votos a quienes se arriesgan a competir sin ellos.

La manera en la que terminó El Bronco, en términos del imaginario colectivo del votante potencial, le pegará durísimo a la credibilidad de los independientes.

“Son lo mismo”- será la conclusión a botepronto.

Será también un motivador para endurecer las leyes electorales y dificultar, todavía más, la posible llegada de ciudadanos a cargos públicos de primer nivel.

En este contexto, hay partidos para rato y su control del monopolio de la competencia electoral parece que no tendrá fin.

Por lo menos no en el mediano y largo plazos.

Vamos a contrapelo de otras democracias que están haciendo exactamente lo contrario.

Y vamos todos en ese derrotero: gobiernos, legisladores y ciudadanos.

Penoso.

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