Por Jesús Manuel Hernández
Idos los tiempos de la mayoría aplastante, aquella derivada no del buen liderazgo, sino de la habilidad para hacer componendas y enmendar entuertos. La vieja aplanadora tricolor se desmorona, según algunos, en uno de los estados que fue un baluarte de los sindicatos nacionalistas y revolucionarios.
Al avilacamachismo le siguió de lejos el diazordacismo, ambos fincados en los cacicazgos regionales y la fuerza que daba el “espíritu santo”, los tres sectores unidos para detentar el poder, obreros, campesinos y populares, hacían uno sólo y se alineaban con quien mandaba, aunque para mantenerse en el poder haya sido necesario recurrir a experiencias fraudulentas en el manejo de la voluntad ciudadana.
Puebla ha vivido una serie de tropiezos con la imposición de los candidatos desde Los Pinos, generales y políticos sin arraigo, beneficiados por la mano presidencial, por haber sido el mejor alumno, o el compañero de banca, o porque “se la deben”.
La llegada de los gobernadores ajenos a la sociedad poblana no fue tersa, fue dejando rebabas, asperezas, difíciles de limar.
Los poblanos no tuvieron una clase política fuerte, cohesionada, no hubo líderes naturales, por el contrario, cada gobernador creaba a su clase política, tenía a sus protegidos, a sus corridos y vetados y por supuesto a sus bufones.
Para muchos la llegada de Melquíades Morales Flores fue la primera catapulta para la clase política local, esa que había sido despreciada siempre y anulada desde Los Pinos, negociada por el PRI nacional y acomodada a los intereses locales con algunas migajas. ¿Nombres? Harían falta algunas páginas.
Con Melquíades se abrió el escenario al surgimiento de una clase política que intentó agruparse bajo el nombre de “24 de Mayo”, pero que no alcanzó a terminar el sexenio.
Con Marín Torres, la autollamada “nueva generación” de políticos no superó el 15 de febrero con el maringate y llenó los huecos con importados e improvisados, vino el caos.
Y surgió el morenovallismo, organizado, bien financiado, con aires de grandeza dirían algunos, y la pegó, pero su ambición anuló a la vieja y tradicional clase política. Además, se abusó de la importación de políticos de otras entidades, impidiendo el paso a los locales.
Y lo mismo está pasando ahora con la 4T, muchos fuereños, pocos locales, desconocidos para los poblanos.
¿Dónde han quedado los beneficiados de cada sexenio?
La reflexión viene a cuentas por la renuncia anunciada hace unos días de un grupo de militantes del PRI; se mostraron molestos desde hacía tiempo, desde cuando Enrique Agüera encabezó posiciones electorales, se acostumbraron a perder las elecciones, algo impensable en el pasado y terminaron por ir desapareciendo.
Germán Sierra Sánchez y Antonio Hernández y Genis, son bastante representativos de lo que la clase política de Puebla fue, pero no pudo consolidarse. Ambos herederos de la tradición de militantes por derecho de familia, diría don Mario Vargas Saldaña.
Todos los intentos por hacer entender a las dirigencias nacionales fueron desechados, todos los reclamos ante José Antonio Meade fueron desoídos; algunos escucharon el canto de las sirenas y abandonaron las filas, en una negociación ventajosa para él o ella a cambio de posiciones personales o para sus familiares.
El grupo de inconformes venía reuniéndose con cierta periodicidad y tomaban decisiones un tanto colegiados, pero, como siempre, hubo quien azuzó y traicionó, en la lista de los firmantes a renunciar a la militancia tricolor faltaron nombres.
El asunto ahora es qué harán quienes se van. ¿Habrá algún partido que los llame? ¿Tendrán “parque” para ver si aguantan la independencia? ¿Figurarán como candidatos por Movimiento Ciudadano, por el PRD, por MORENA? ¿O pasarán sin pena ni gloria?
Algunos de ellos, al menos Germán Sierra y Toño Hernández, tienen en la piel la ideología, se esperaría de ellos que dieran la última batalla desde la clase política.
O por lo menos, así me lo parece.