Por Jesús Manuel Hernández
Para los expertos lo de la noche del domingo en Puebla no fue un debate político, tan sólo un encuentro entre aspirantes a gobernar Puebla representantes de tres grupos de poder con enormes diferencias.
De Enrique Cárdenas se esperaba una participación más inteligente, basada en las propuestas y la investigación académica, pero sus asesores o quizá sus convicciones lo llevaron a un terreno donde poca experiencia tiene y a cada minuto que pasaba en sus intervenciones su imagen fue desgastándose para los electores.
Jiménez Merino, pasó como el agua, incoloro, inoloro e insaboro, y si bien en un principio sirvió de comodín de Cárdenas en la última parte recibió la respuesta de Miguel Barbosa.
Según los encuestadores el ganador del presunto debate fue Miguel Barbosa seguido de Cárdenas. O sea, los pronósticos no variaron nada.
Y ciertamente quien resultó mejor librado fue Barbosa, salió a pasear en este encuentro. Usó calificativos directos a sus contrincantes. A Cárdenas le llamó chiquito y defraudador fiscal, y a Jiménez Merino empleado de Mario Marín.
Cárdenas tuvo un discurso totalmente morenovallista, las gráficas presentadas fueron las mismas herramientas de Martha Érika el año pasado, nada nuevo, ninguna propuesta, sólo ataques. Quizá por ello Barbosa se refería a él siempre como el “panista”, sin mencionar a los otros partidos que lo propusieron como candidato.
Un escenario, el de anoche, donde las conductoras-moderadoras, condujeron poco y moderaron menos, un halo de protagonismo quizá derivado de la exigencia de un debate que fuera de cuestionamientos y no sólo de intercambio de opiniones.
En fin, en el mejor de los casos, el academismo de Enrique Cárdenas estuvo ausente del debate, el pastoreo de Jiménez Merino apenas alcanzó a verse y Miguel Barbosa se mostró como un hombre de poder.
O por lo menos, así me lo parece.
