Era evidente que se estaba preparando el camino para recomponer el rumbo y convencer a la opinión pública que el gobierno de Peña Nieto sí funciona y que no fue un error que el PRI haya ganado en 2012. El plan era –sigue siéndolo- ganar la elección federal en 2015 y obtener la ansiada mayoría legislativa en el Congreso.
Y el escenario era viable –lo escribí aquí mismo varias veces- ante el notable desprestigio y división que existe en los partidos de oposición grandes, PRD y PAN.
El detalle vino unos días después. El país está literalmente incendiado. Se vinieron abajo todos los escenarios de optimismo que tenía Peña Nieto y compañía.
De entrada, se descubre que un grupo de militares masacran a delincuentes ya rendidos en Tlatlaya, Estado de México. El asunto es descubierto públicamente a nivel internacional.
Posteriormente, el caso de los estudiantes presuntamente masacrados en Iguala, Guerrero, pone al descubierto lo que todos sabemos: Que autoridades municipales están coludidas con grupos de narcotraficantes y sicarios de distintas bandas y que traen enfrentamientos con grupos rivales (los “estudiantes” de Ayotzinapa integran una facción de grupos guerrilleros en Guerrero que trae rencillas con grupos de narcos y guardias blancas por el control de territorios).
El caso ya es mundialmente conocido y organismos internacionales ya reclaman a Peña Nieto que haga algo para parar la barbarie.
El Instituto Politécnico Nacional (y ahora varias Universidades públicas del país, incluida
No. La situación está más que rara. Me parece claramente que la desestabilización siempre tiene autores intelectuales que habremos de identificar en los próximos días o semanas.
Pero me queda claro que todo se circunscribe, como siempre, en la lucha por el poder y la sucesión presidencial, demasiado adelantada ya.
Porque después de los escenarios tan optimistas de la primera mitad de este año, ahora viene el incendio del país y lo que aún falta que veamos, con la radicalización de los grupos estudiantiles y sindicales más violentos.
Los partidos políticos están completamente rebasados. Nadie quiere saber del PRD en Guerrero, tampoco del PAN en la mayoría de Estados del país. Y del PRI menos, ante la incapacidad notoria del Gobierno de Peña Nieto en resolver los problemas de México.
¿Quién gana con todo este escenario de desestabilización?
Evidentemente, los grupos opositores hacia el interior de los propios partidos y que desean que los actuales dirigentes pierdan espacios.
En el PRI, es claro que Manlio Fabio Beltrones quiere demostrar que él sí puede resolver crisis de esta naturaleza. Quiere influir para poner candidatos de su grupo en Diputaciones federales y Gubernaturas. Y si se puede, ser él el candidato presidencial del PRI en 2018.
En el PRD, los grupos radicales de Bejarano y otros, pretenden demostrar que los “Chuchos” son los culpables de que el partido haya caído en preferencias en todo el país y que sus pactos malsanos con el PAN no trajeron nada bueno al partido.
En el PAN, el calderonismo ríe por todo lo que ocurre en el país y quiere regresar con Margarita Zavala en la candidatura presidencial.
Pero el más grave problema es que en no pocos sectores de los grupos de poder, se acepte y promueva cada vez más el autoritarismo como punto de partida para resolver las crisis.
En Puebla, Rafael Moreno Valle parece decirle al Presidente Peña Nieto que a los revoltosos hay que aplacarlos a balazos (de goma o…). Que es la única forma de salir adelante. Que sus encuestas le dicen que la gente lo quiere y que prefieren mano dura contra el desorden.
¿Se imagina que le hagan caso?
Pero lo que no entiende ni Peña Nieto y mucho menos Moreno Valle es que se está gestando en todo el país un descontento y desánimo social evidente. Que ya no quiere a los actuales políticos. Que los vomita.
En Puebla hay cada día más un estado de opinión adverso al morenovallismo. Por sus arbitrariedades. Por sus excesos. Por sus mentiras. No lo quieren creer pero más tarde verán las consecuencias. El autoritarismo no se aguanta indefinidamente.
Acuérdense.