Por Valentín Varillas
Los nuevos tiempos que vivimos en México, han inaugurado también un nuevo modelo de censura, que se aplica al pie de la letra en contra de personajes incómodos y opositores al actual grupo gobernante.
Esto sigue vigente, aunque con formas más sutiles y moderadas, en lo que se hace llamar el segundo piso de la Cuarta Transformación.
Se trata de un esquema de censura horizontal, que ha dejado sin efecto el tradicional modelo, el vertical, en donde directores de comunicación o jefes de prensa presionaban a dueños de medios o directores, para no publicar contenidos incómodos o bien que no le favorecían a la élite en el poder.
Ahora, la presión viene de “la sociedad” y la ejercen hordas de fanáticos que –sobre todo a través de las redes – crucifican a quienes piensan diferente o se atreven a disentir.
Estos, pueden o no ser parte de las famosas granjas de “bots” que se siguen operando y financiando con dinero del erario desde distintas oficinas públicas.
Otros, los menos, son ciudadanos auténticos, que han sido contagiados por la división, la fractura y la polarización que han caracterizado al discurso oficial desde el 2018.
Las víctimas de la post-censura fueron salvajemente atacadas en cientos de mañaneras del ex presidente López Obrador.
Hoy, con Claudia Sheinbaum, los adjetivos han bajado de tono en la forma, pero el fondo continúa inalterable.
Los objetivos son periodistas, medios, empresarios, políticos opositores y demás.
Jamás se les amenaza abiertamente por publicar o decir lo que afirman o señalan.
Al contrario, desde el discurso oficial se les recuerda una y otra vez que su libertad de expresión está y estará garantizada en estos “nuevos tiempos” que vive el país.
Sin embargo, paralelamente, este supuesto respeto al derecho básico de expresarse con libertad, viene acompañado de una descalificación al contenido que resultó incómodo y de una etiqueta para su autor o el medio que lo publica.
Lo anterior, no es un asunto menor.
Hay desigualdad en la “contienda” simplemente por el peso de la investidura presidencial.
La influencia es incomparable a la de cualquier medio o cuenta en redes sociales.
Existen millones de inadaptados que en verdad creen que, criticar las acciones o políticas públicas llevadas a cabo por quienes han encabezado el ejecutivo federal, es sinónimo de atentar contra la patria.
Así de frágil y de peligrosa resulta esta ya no tan nueva realidad.
El desarrollo y la masificación de la tecnología, han traído consigo aumentos exponenciales en el número de manifestaciones públicas de intolerancia.
Estamos más divididos y fracturados que nunca.
Los famosos linchamientos digitales no dejan lugar a dudas.
Prácticamente todos los días, las redes se inundan de señalamientos para insultar, de campañas salvajes para que se dé el despido de alguien, o bien para que se boicoteen empresas, eventos, libros películas o series en donde participan los nuevos indeseables.
Nos hemos vuelto ya extremadamente susceptibles a cualquier contenido que no empate con la forma de pensar de las “mayorías” o bien con su sistema de creencias e ideología.
El objetivo, parece ser, es homogeneizarlo todo.
Aniquilar los disensos.
Vamos involucionando a una mentalidad prácticamente medieval.
Y mientras esta realidad sea tolerada y fomentada desde el discurso público, lo natural es que, lejos de acabarse o moderarse, esto se vaya a poner todavía peor.
Mucho peor.