19-09-2024 04:10:15 PM

El legado de AMLO

Por Valentín Varillas

 

La presidencia de López Obrador deja para la historia un manual muy preciso y efectivo de cómo ganar elecciones de manera sistemática y por lo mismo, de cómo hacerse de un enorme control político.

Más allá de filias y fobias, esa es la auténtica gran enseñanza del primer gobierno emanado de esta llamada Cuarta Transformación.

Y en el papel por lo menos, este auténtico tratado de pragmatismo electoral no resulta tan complicado.

No de acuerdo con las facultades que tiene quien ocupa el cargo de mayor poder en la vida pública nacional.

Dos son los puntos estratégicos, fundamentales.

El primero y más importante, tiene que ver con hacer de la entrega de dinero en efectivo a grupos vulnerables de la sociedad la columna vertebral de la política asistencial del gobierno federal.

Los miles de millones de pesos presupuestados para jóvenes, madres solteras o personas de la tercera edad, se han convertido ya en un importante pilar en el sostén de la economía familiar para los beneficiarios.

Y es evidente que buscaron garantizar su continuidad votando por la continuidad.

Elevar estos apoyos a rango constitucional fue una jugada maestra.

Como lo fue el provocar a los opositores para que emitieran un voto en contra en el legislativo federal.

Una pesada losa que no pudieron quitarse durante la campaña.

Los ciudadanos no creyeron las promesas de mantenerlos y crecerlos, ni siquiera cuando el compromiso fue firmado con sangre.

Al final, esto resultó demoledor en el número de votos contantes y sonantes obtenidos en las urnas.

El segundo, se basó en la construcción de una narrativa oficial cuyo eje central fue la polarización.

La división, la fractura en función de ambiguas pero muy efectivas etiquetas con las que se señalaban a aliados y a enemigos.

La caja de resonancia perfecta para esta dialéctica, fueron las famosas mañaneras.

Conferencias de prensa seguidas por todos los medios de comunicación, en sus formatos tradicionales o bien a través de sus cuentas en redes sociales y cuyo contenido es también repercutido por los “opinadores” de la vida pública nacional con mayor influencia y número de seguidores en las distintas plataformas.

Este ejercicio panfletario, que no tiene ni tuvo que ver jamás con un asunto de transparencia o de rendición de cuentas, ha fijado la agenda política y mediática de todo el sexenio.

Los adversarios del oficialismo jamás fueron capaces de darle forma a un efectivo antídoto que minara en algo su gran influencia.

De manera por demás reactiva, bailaron al son que el presidente les iba marcando, engrosando cada vez más su muy robusto blindaje social.

Si bien, la explicación de la auténtica madriza que Morena y sus aliados le pusieron en al malogrado bloque opositor es multifactorial, estos dos aspectos fueron al final los más efectivos y novedosos.

López Obrador resultó ser un maestro como operador electoral.

Un auténtico especialista en política real, de tierra, con la que se gana o pierde el poder.

Lo curtieron tres elecciones presidenciales con sus respectivos recorridos por todo el país.

Así, como una especie de Maquiavelo moderno, a la mexicana, será recordado.

Y no necesariamente por los logros o acciones del gobierno que encabezó.

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