Por Valentín Varillas
Pocas semanas antes del proceso electoral que se llevó a cabo en México, el periodista Tim Golden publicó un reportaje en donde, basado en supuestos documentos inéditos del gobierno de Estados Unidos, se demostraba el financiamiento criminal de la campaña de López Obrador en el 2006.
Ni una sola fuente sólida acompañó la pieza periodística.
De inmediato, el gobierno norteamericano se deslindó de cualquier conocimiento sobe el tema.
Lo negó todo.
Ni investigación oficial sobre vínculos o pactos inconfesables entre el grupo en el poder y la élite criminal mexicana, ni indicios que pudieran suponer el inicio de las mismas.
No pasó nada.
El oficialismo aplastó a la oposición en las urnas y la publicación no alteró el derrotero político nacional.
Al contrario.
A AMLO y sus aliados, no les hicieron ni cosquillas.
La postura de la DEA fue fundamental en lo anterior.
Ahora, en plena coyuntura electoral estadounidense, se da la captura, en suelo mexicano, del capo más buscado de la historia y del hijo de aquel que más reflectores y publicidad ha acaparado por décadas.
Con mucho más dudas que certezas y en tiempo récord.
En un momento en donde la infiltración del narcotráfico en las instituciones públicas del Estado mexicano ha sido la materia prima del discurso de los republicanos.
Un tema que Trump ha manejado con maestría y que ha permeado con mucha fuerza entre el electorado.
El Mayo y el hijo de el Chapo son dos enormes trofeos que se cuelga la administración Biden y que operan como auténticos misiles que han pegado en la línea de flotación de la campaña opositora.
Una inyección de oxígeno puro a un proyecto que parecía condenado a muerte.
Todo parece indicar que aquí, otra vez, se aplica aquello de que “favor con favor se paga”.
Este juego de ida y vuelta, lleno de simulaciones, que lleva décadas beneficiando a ambos países.
Las organizaciones criminales mexicanas, jamás lo aceptarán, han sido una auténtica mina de oro para una hipócrita agenda bilateral que lo que menos pretende es acabar con ellas.
¿Se imagina si con la misma eficiencia con la que atraparon a quien llevaban supuestamente 50 años buscando, hubieran operado siempre?
No, todo parece indicar que a nadie le conviene que se extingan.
Por lo menos no todavía.