Por Valentín Varillas
Por muchos años, Carlos Urzúa formó parte del círculo cercano de Andrés Manuel López Obrador:
Fue tres años Secretario de Finanzas cuando el tabasqueño gobernaba la capital.
Sin duda, se trata del creador del modelo económico que se ensayó en aquella administración.
Y por lógica elemental, fue él quién modeló el proyecto en la materia que el hoy presidente defendió en tres campañas consecutivas.
Las mismas en donde, panistas, priistas y demás, lo etiquetaban como “un peligro para México”.
La frase se utilizó hasta el cansancio y permeó de tal manera que hasta hoy sigue vigente en el imaginario colectivo de la mayoría de los mexicanos.
La campaña negra contra AMLO tenía como eje central –precisamente- su visión de la economía.
Esa que inevitablemente nos convertiría en Venezuela o Cuba.
Las analogías, con Chávez y Fidel al principio y luego con Maduro y Díaz Canel, continúan siendo materia prima para la crítica al gobierno de la 4T.
Urzúa, aunque haya roto en lo profesional y en lo personal con el presidente, cree a pie juntillas que el actual manejo de la economía del país es el adecuado.
Simplemente porque él lo diseñó.
Sus ataques a este Frankenstein que él mismo procreó, plasmadas en columnas y comentarios en diversos medios de comunicación, parecieran más bien ser producto del ardor.
De una especie de rencor de sentirse traicionado por el amigo y compañero de lucha, por razones hasta ahora desconocidas.
Pero no porque no exista una convicción real en la forma en la cual se llevan las riendas de la economía nacional.
Tan funcionó el modelo Urzúa, que hoy las variables macro y microeconómicas contradicen monumentalmente los argumentos catastróficos de los agoreros del desastre.
Y lo peor para él: que de acuerdo con cifras del Coneval, en este sexenio de supuesta debacle, sí han disminuido realmente los pobres en este país.
Los indicadores no dejan lugar a dudas y muestran una realidad muy clara que trasciende filias y fobias políticas.
Tal vez ésa fue la gota que derramó el vaso de la amargura.
El empujón que lo llevó a arrojarse a los brazos de Xóchitl Gálvez, la cual, lejos de anotarse un “triunfo” político llevándose a quien se formó económica y políticamente en congruencia con los postulados obradoristas, hace un ridículo monumental.
Se lleva a uno de los principales representantes de lo que ella y los partidos que la llevarán como candidata tanto repudian y detestan.
Por lo menos en el discurso.
Pareciera que están desesperados por dar un golpe mediático espectacular.
Competir para ganar la agenda política para que por lo menos se diga algo de ella.
Pierden de vista que, con la incorporación de Urzúa a su equipo, mandan la señal de que la caballada de apoyos está famélica.
Que faltan cuadros propios realmente comprometidos con el talento y la capacidad para darle forma al proyecto económico que venderá en su campaña.
¿José Ángel Gurría?
Por favor.
Un perfil que vive de glorias pasadas y que representa a aquel salinismo que el propio PAN en su momento se encargó de satanizar.
Urzúa es un oportunista camaleón que puede, sin pudor alguno, hacer un traje a la medida de lo que sus nuevos aliados le ordenen.
Pero él y ellos sabrán que lo que resulte no empatará con sus reales convicciones.
No habrá compromiso real.
Por más deslindes y maromas que se intenten, estas empatan más con las decisiones que en materia económica y financiera ha tomado López Obrador.
Mal por Urzúa, peor por Xóchitl.
Hay quienes, en su desesperación por echar a los que están, no tienen empacho en hacer ridículos monumentales.
Saben que van en caída libre y que el golpe final será de antología.
Si no, no habría necesidad de recurrir a semejantes aberraciones.
¿Qué pensarán realmente los siempre “congruentes” opositores, de tener que tragar sapos, llenar de elogios y darle la bienvenida a su casa a quien hasta hace muy poco etiquetaban como un auténtico “impresentable”?
Nada más y nada menos que el autor intelectual de lo que ellos mismos aseguraban era el inminente comunismo a la mexicana.