Por Valentín Varillas
Elección tras elección, los grupos de facto levantan su sangrienta mano y ya se hacen notar con toda dureza en el panorama político nacional.
Violencia, atentados y muerte, caracterizan la vida del país en los meses previos a procesos importantes de selección de gobernantes.
Esta reafirmación de la delincuencia como autoridad de facto en el país, se da no sólo para contradecir con hechos el mentiroso discurso oficial.
Ese que asegura que la estrategia que ha echado a andar el actual gobierno en materia de seguridad ha tenido éxito.
También nos recuerda con toda dureza que las organizaciones criminales son un factor determinante que influye y pesa en nuestra democracia.
Candidatos que pretendan llevar a cabo una campaña potencialmente exitosa y no morir en el intento, tendrán que ser palomeados por la delincuencia.
La presión que ejercen “los malos” sobre los partidos políticos es real.
Buscan quedarse con candidaturas a cargos de elección popular y apostarle a seguir gozando del paraíso de impunidad que les ha permitido hacer negocios millonarios con la complicidad oficial.
Cuando sienten sus intereses afectados, no han tenido empacho en hacerse sentir.
Y con toda contundencia.
Históricamente hemos sido testigos de asesinatos arteros de contendientes a un cargo de elección popular, cuando representan una amenaza real para estos grupos.
El todopoderoso crimen se ha convertido en un actor político más del juego democrático.
La narcopolítica llegó desde hace décadas, sentó sus reales y aquí está: más viva que nunca.
Se trata de otra penosa realidad que no cambia en México, en estos tiempos de supuesta transformación.
La cuarta, dicen, de la vida pública nacional.
