10-03-2025 11:03:02 PM

Plan C: ¿elección de Estado?

Por Valentín Varillas

 

Cuando desde la investidura presidencial se hace un llamado público a no darle ni un solo voto a la oposición, hay un reconocimiento implícito de que en el 2024 el gobierno federal se meterá de cuerpo entero a operar para garantizar el triunfo del oficialismo.

Nada nuevo, si tomamos en cuenta lo que ha sucedido siempre en el juego democrático nacional.

Pero ya en términos de mero simbolismo, en la frase de López Obrador hay un elemento demoledor que hace trizas la congruencia discursiva y el punto medular que le dan sentido al nacimiento de su movimiento.

Simplemente, ningún miembro de la 4T, mucho menos su macho Alpha, líder absoluto y voz cantante única, puede reconocer abiertamente que se utilizarán las instancias públicas para obtener une ventaja competitiva en la contienda y evitar el triunfo de sus adversarios.

Aunque en los hechos hagan las mismas marranadas de siempre.

Andrés Manuel se ha victimizado más de 16 años sacándole jugo al tema del fraude.

Desde su proceso de desafuero, ideado y operado desde lo más alto del poder político en tiempos de Vicente Fox.

El cénit del martirologio fue la bandera del fraude en el 2006.

El complot de aquella mafia en el poder que le robó la presidencia.

Empresarios poderosos, medios masivos de comunicación, organizaciones civiles afines al “conservadurismo”, líderes opositores y un largo etcétera, orquestando un complot masivo para ir en contra de la voluntad popular.

¿Van a hacer lo mismo quienes hoy enarbolan la bandera del cambio?

Los que juraron en tres campañas presidenciales consecutivas que no eran iguales.

Los puros, virginales, honestos a toda prueba, simplemente no pueden adelantar que van a operar una elección de Estado con tal de aferrarse al poder.

Repito: aunque en el imaginario colectivo de la mayoría, se dé por hecho la intervención oficial para favorecer con recursos y capacidad de operación a los candidatos de Morena y sus aliados electorales.

Se entiende que el presidente esté enojado, ante el fracaso de su estrategia de modificar de fondo la Ley Electoral y al instituto encargado de llevar a buen puerto los procesos mediante los cuales elegimos a nuestros gobernantes y servidores públicos.

Ni Plan “A”, ni el famoso Plan “B”, caminaron como él lo hubiera querido.

Sin embargo, esta frustración no puede ser pretexto para protagonizar semejantes deslices discursivos.

Al declarar lo que declaró, de entrada reconoce que con la propuesta de Reforma Electoral sí pretendía tener un marco jurídico a modo que le facilitara un mayor control en la operación y la calificación de las elecciones.

Y lo peor, con esta demoledora frase, López Obrador se iguala con Peña, Calderón, Fox y prácticamente todos sus antecesores que, en sus propios dichos, utilizaron su posición de poder para manipular a su antojo el voto ciudadano.

¿Y entonces?

¿Cuál cambio?

Pareciera que ya por fin tuvieron el descaro de reconocer abiertamente lo que todos sabíamos desde hace tiempo: que simplemente los de hoy, son iguales a los de ayer y que, sin duda, se parecerán mucho a los que llegarán después.

Vaya desgracia nacional.

 

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