Por Valentín Varillas
La muerte del ex gobernador de Puebla, el 13 de diciembre pasado, significó un giro radical en la estrategia del alcalde Eduardo Rivera para jugar en el 2024.
En vida, Barbosa y el edil llevaron caminos paralelos en el tema de la sucesión, pero siempre con la posibilidad de que un momento específico, pudieran llegar a converger.
Su relación, que oscilaba por momentos entre la tirantez y la abierta cordialidad, jamás estuvo en riesgo de romperse.
Por lo menos hasta la desaparición física del mandatario y la lógica con la que se movían y operaban –en ese momentos específico- los distintos grupos.
Tanto al interior del partido en el poder, como en el resto de las fuerzas políticas
Imposible saber qué iba a suceder después, pero hasta el último día de su coexistencia, convenía mantener las cosas exactamente como las habían llevado.
En la forma y en el discurso: con veladas críticas salpicadas de indirectas con evidente destinatario, de un lado y del otro.
En el fondo: sin la necesidad de abrir un frente de ataque directo que desencadenara una guerra intestina.
El cálculo era muy básico: si en el momento de las definiciones los intereses electorales de Palacio Nacional y de Casa Aguayo no coincidían, para el panista se abría un muy interesante abanico de posibilidades.
Desde negociar la reelección y arrebatarle al candidato impuesto la zona geográfica del estado que más votos aporta a una elección estatal, hasta recibir el apoyo para colarse como candidato a la gubernatura, pactando todo tipo de apoyos y garantías a futuro.
En ese contexto, se explica la incomodidad del edil cuando el líder nacional de su partido, Marko Cortés, sin su autorización, lo destapa como el inminente candidato de la alianza opositora a la gubernatura, en un acto público, frente a las cámaras y reflectores de todos los medios.
El tema repercutió además en redes sociales y columnas políticas.
Pésimo escenario en función de los tiempos de Lalo, que no necesariamente eran los del partido y mucho menos los de su dirigente.
Hoy, paradójicamente, ya lo son.
Sin Barbosa en el escenario a Rivera Pérez se le acabó el Plan B.
Ya no existen salidas ni rutas de escape.
Es la gubernatura o nada.
Por eso, para ellos resultaba urgente concretar el evento partidista que se llevó a cabo el pasado fin de semana.
La reunión con las estructuras: el famoso ejército electoral.
Ahora sí, abierto, sin tapujos, hablando claramente del proyecto y la estrategia que van a ensayar en su búsqueda de gobernar el estado.
Otra forma, distinto discurso; nuevos tonos.
Tambores de guerra que pueden ya sonar sin la sordina que significa el cuidar las formas para mantener sana una relación con tu adversario político, por lo que pudiera llegar a pasar.
Por aquello de las malditas dudas.
Otra vez, la muerte del jefe político de la aldea lo mueve todo.
Modifica hasta aquellos escenarios que parecían inamovibles.
Desatando además una serie de reacomodos en donde todo, absolutamente todo, tiene posibilidades de suceder.
Hasta el que pudiera haber siso considerado, hasta hace muy poco, como el más bizarro e improbable.