23-11-2024 01:23:15 AM

Los parricidios de Fer

Por Valentín Varillas

 

El primero fue brutal.

Aunque con un fondo político, se centraba en un tema mucho más personal.

Es más, se quedó tan grabado en el imaginario colectivo de los poblanos, que a partir de ahí se le quedó el mote del “parri”.

Fernando Morales pedía que su padre, Melquiades, se retirara ya de la política y le dejara el paso a “los nuevos valores del priismo poblano”.

Él, por supuesto, se contaba entre ellos.

Acababa de terminar un sexenio en donde él había sido más que beneficiado.

Todos los proyectos de obra pública, además de la definición de proveedores de los más variados productos y servicios, pasaban por él.

Con derecho de veto y voto.

Con millones y millones a sus arcas personales como consecuencia lógica.

Mucho dolo y rencor había en esas declaraciones.

A pesar de lo lucrativo que había resultado el paso de su progenitor por el gobierno poblano, Fernando se sintió discriminado en lo político.

Sintió que en aquella administración podía haber sentado las bases para poder destacar mucho más en la vida pública poblana.

Que no lo dejaron aprovechar todo el potencial que en ese momento le daba el apellido. 

En privado, se quejaba constantemente con sus incondicionales.

Lo hacía con una obsesión y frecuencia enfermizas.

Se sintió relegado, marginado y aunque multimillonario, esta especie de complejo resultó la génesis de sus demonios.

Los públicos y los privados.

La venganza llego cuando Rafael Moreno Valle llegó a la gubernatura.

Aquí se dio el segundo parricidio, el político.

De un odio irreconciliable, RMV y Morales Martínez transitaron a una alianza perversa.

Esa que tenía como objetivo aniquilar políticamente al PRI.

Sí, al partido al que su padre le debía el haber gobernado el estado y por lo mismo, el Junior le debía aquella fortuna hecha en tiempo récord.

Rafael lo cooptó.

Sabía perfectamente para qué servía el dinero, más cuando no es tuyo, es del erario.

Utilizando muchos recursos, el Fer comenzó a llevarse a diversos liderazgos, operadores, seccionales y demás, para ponerlos al servicio de los intereses electorales de Moreno Valle.

No le importó que Melquiades fuera en ese momento senador de la República por ese partido.

Tampoco su supuesta amistad a “prueba de fuego” con Manlio Fabio Beltrones, a quien consideraba como su verdadero padrino político y quien era no solo una de las figuras más importantes del tricolor, sino un abierto enemigo del entonces gobernador de Puebla.

“Un priista vestido de azul”-lo calificaba irónico Don Beltrone.

Hace un par de días, vestido con el traje naranja de Movimiento Ciudadano, Fernando Morales se burlaba abiertamente del PRI.

Lo calificó como el “PRI-Tanic”, un partido que se hunde como aquel mítico barco.

Tal vez no se haya enterado todavía, pero el Revolucionario Institucional, aunque vive el peor momento de su historia, está en una posición de auténtico fiel de la balanza.

Del sentido de su voto han dependido y dependerán reformas fundamentales que hoy se discuten en el legislativo nacional.

Lo mismo pasará con la manera en la que operen políticamente en aquellos estados en donde habrá elecciones, entre ellos Puebla y el resultado de la presidencial del 24 puede verse influido de su decisión de permanecer o no en la famosa Alianza Opositora.

No son coyunturas menores.

Además, por un tema de justicia elemental valdría la pena cuestionar ¿qué hubiera sido de Fernando Morales sin un papá priista?

Sin todos los beneficios económicos, políticos y sociales de haber sido parte, directa e indirectamente, de la élite gobernante del partido tricolor, seguramente viviría actualmente una realidad muy diferente.

Sin el manto protector de Melquiades, ésta sería mucho más oscura y complicada.

Que no le quepa la menor duda.

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