Por Valentín Varillas
Hace diez días, golpes y detonaciones de arma de fuego al interior del Mallet.
Se trata de uno de los antros de moda entre la juventud poblana y por lo mismo, de los que se llenan a reventar.
Se ubica en el llamado Platinum Center, sobre la calle Osa Mayor, casi enfrente de la famosa rueda, uno de los símbolos heredados del morenovallismo en su paso por el gobierno.
Más allá de unos cuantos moretones, saldo blanco, de milagro.
Se trata de una especie de “pull” de bares, restaurantes y centros de entretenimiento nocturno.
Otro antro, el Beirut, también opera en ese lugar.
Ahí, apenas el sábado pasado, balacera en el lugar con saldo de un herido de gravedad que tuvo que ser atendido de emergencia en el estacionamiento.
Vamos, lo sacaron a la calle.
Los videos, viralizados en redes, no dejan lugar a dudas sobre la presencia de armas de fuego al interior.
¿Cómo llegaron ahí? –si se supone que quien intente ingresar, tiene que estar sujeto a una muy estricta revisión por parte de los elementos de seguridad.
La verdad es que, en los hechos, dejan hacer y dejan pasar de todo.
Y es evidente.
En los antros poblanos, como en varios aspectos de nuestra vida como ciudad y como estado, la infiltración de organizaciones criminales es evidente.
Son socios o dueños de los establecimientos.
Ahí, pasa de todo.
Además de la violencia, el descarado consumo y venta de todo tipo de drogas.
El narcomenudeo es el rey.
El gancho para atraer clientela es muy básico, elemental, pero para jóvenes inexpertos resulta muy atractivo: la oferta de botellas de alcohol a un precio de risa; casi regaladas.
Ya adentro, las posibilidades son infinitas.
Las mujeres, desgraciadamente, como en otros aspectos de nuestra vida como sociedad, son uno de los blancos preferidos por auténticos delincuentes disfrazados de garantes de la seguridad de los comensales.
Dos casos recientes, de máxima alerta para padres de familia y autoridades.
Cantabar de Plaza W.
Una mujer en la mitad de sus veintes.
Acompañada de sus amigas pide un tequila.
Uno solo.
Le sabe raro.
Para inmediatamente.
A la media hora, siente un malestar intenso, atípico.
Consciente e informada de los riesgos que puede correr, llama inmediatamente a casa.
Su padre va por ella.
La noche es de pesadilla.
Vómito, mareo, dolor hasta el amanecer.
Análisis de sangre a primera hora de la mañana.
¿Conclusión?- intoxicación moderada por consumo de metanol.
Le sirvieron alcohol pirata, adulterado, quién sabe para que propósitos.
Ninguna de las amigas vivió algo similar.
Por alguna razón, alguien le había “echado el ojo” solo a ella.
La apuesta era que perdiera el conocimiento para algún propósito nada bueno.
Otro caso, pocos días después.
Este, desgraciadamente, con un triste final.
Misma logística.
Alcohol adulterado.
En su novatez, al tratarse de una mujer mucho más joven, casi una niña, al verla tan descompuesta la dejaron “encargada” con un elemento de seguridad hasta que pasaran algunas horas y evitara un potencial regaño ante un existente abuso en el consumo de alcohol.
La sacaron de ahí.
Pasaron las horas.
Las amigas la buscaron.
Preguntaron por el “guardia” al que se la habían encargado.
Nadie lo había visto.
En palabras del gerente: no sabían ni siquiera de qué persona estaban hablando.
Llegaron los padres.
Exigieron ver los videos de seguridad.
Se los mostraron.
No había cámara, sin embargo, en la entrada posterior del lugar, por donde entran y salen proveedores.
Muy temprano, el padre de la joven recibió una llamada de ella.
Número desconocido.
Desde un Oxxo le permitieron hablar.
No recordaba nada, absolutamente nada.
La revisión del médico legista no dejaba lugar a dudas.
Había sido ultrajada y lastimada severamente.
Aquí, a petición de la fuente, el lugar quedará en el anonimato.
¿Por qué?
Porque aquí sí se presentó una denuncia que sigue sus cauces legales en la Fiscalía General del Estado y según el MP, hacer pública “demasiada información” podría entorpecer las investigaciones.
Pretextos viles para poder extorsionar a los dueños del lugar en donde se dieron los hechos.
Pero en este oficio, se sabe de sobra: la fuente manda y no hay nada que hacer.
Así la realidad de los antros poblanos; supuestos centros de diversión en donde auténticos depredadores operan con absoluta impunidad.
Vivimos y respiramos violencia.
Y la cosa parece que cada vez se pondrá peor.
Los casos de bullying denunciados en los colegios Oriente y Benavente no dejan lugar a dudas sobre el comportamiento de las nuevas generaciones.
La escuela, el supuesto lugar seguro, en donde padres de familia dejamos con toda confianza a nuestros hijos y en donde su seguridad física, por lo menos, debería de estar garantizada.
Bien por el Benavente y su comunicado, reconociendo y asimilando sus yerros y omisiones.
Pésimo el Oriente, mintiendo abiertamente sobre los hechos de violencia y minimizando un tema cuya real dimensión y gravedad quedó registrada en sendos videos.
Mal por la orden “progre” del catolicismo.
Tendrían, como el resto de las escuelas y los distintos lugares de convivencia, tener como prioridad absoluta el tomar las medidas necesarias para erradicar la violencia en su interior.
Ese es el reto de todos.
Si no estamos a la altura sociedad y gobiernos, seguiremos viviendo con el miedo, la zozobra y los saldos fatales de estos tiempos violentos.