Por Valentín Varillas
No hay duda, el proceso de revocación de mandato que tanto obsesiona al presidente López Obrador es una gran farsa.
Un mero show.
Una burda puesta en escena que pretende relanzarlo como producto electoral.
Todas, absolutamente todas las encuestas que se han publicado sobre el tema, arrojan números contundentes: casi 7 de cada 10 mexicanos quieren que Andrés Manuel se quede en el cargo.
Que termine su sexenio y cumpla así con el mandato constitucional asumido al momento de tomar protesta como jefe del ejecutivo federal.
Ni sus más feroces críticos ven en su potencial salida algún beneficio concreto: ni para ellos, tanto en lo personal o en lo político, ni para el país en general.
Los mismos ejercicios estadísticos, todos, coinciden en que prácticamente en la misma proporción, sienten que el país está peor en rubros estratégicos como la seguridad pública, la superación de la pobreza y hasta en la tan cacareada lucha en contra de la corrupción.
En este contexto, el mensaje es claro: que se quede el presidente, pero que lo haga bien.
Que por fin se decida, aunque sea a la mitad de su sexenio a sentar las bases para el cumplimiento de aunque sea una mínima parte de lo que tanto prometió en campaña y que hizo que millones le diéramos el arrollador triunfo que tuvo en la elección del 2018.
Además, aunque se trate de un mecanismo de democracia directa contemplado en la propia Constitución, la salida de AMLO no cambiaría la realidad nacional.
Con el control absoluto de poderes en teoría autónomos y con una oposición sometida ya sea por un tema de interés económico o bien de persecución y sometimiento a través del uso faccioso de las instituciones del estado, sería la misma historia con otro protagonista principal.
Nada más.
Por cierto, se pronostica que este ejercicio, de llevarse a cabo, tendría una participación francamente modesta, por no decir ínfima.
Porque insisto, en el imaginario colectivo nacional se ve como algo completa y absolutamente innecesario, aunque se le trate de disfrazar de acto democrático.
Sin embargo, las permanentes referencias a la revocación de mandato desde el discurso público, le dan al presidente, otra vez, el pretexto perfecto para criticar el entramado democrático vigente.
Para darle con todo a instituciones como el INE a quien seguramente culpará de cualquiera de los escenarios que puedan presentarse antes de la fecha de la consulta.
Ya sea por la falta de presupuesto, responsabilidad del legislativo federal en donde el partido oficial es mayoría.
Por la falta de “apoyos” en el tema de la obtención del número de firmas necesarias para llevarlo a cabo –llevan apenas el 26% del total- lo cual compete directamente a Morena.
Y en el remoto caso de que los astros se alineen y se logre llevar a cabo; si se cumple el pronóstico de bajísima participación ciudadana, el Instituto será el culpable por una supuesta “falta de promoción”.
Es decir, no hay salida.
Pero para López Obrador se trata de escenarios en donde en todos gana.
O se reafirma como la gran figura del cambio democrático del país cuya popularidad y poder siguen intocables, o bien vuelve a la permanente estrategia de ser nuevamente víctima de aquellos poderosos del pasado, los verdaderos enemigos de la patria que impiden que sus grandes reformas de saliva, se conviertan en aquel ideal de país que tanto nos vendió en tres campañas presidenciales y que a estas alturas ya tendríamos que estar disfrutando en el día a día del quehacer nacional.