25-11-2024 05:12:09 AM

Apuntes para entender lo aparentemente inentendible

Por Valentín Varillas

 

¿Cuándo y cómo se jodió el país?-nos preguntamos los mexicanos con una frecuencia brutal.

Muchas deben ser las razones que expliquen con contundencia una realidad tan compleja como la que estamos viviendo.

Si analizamos a profundidad las leyes, normas y preceptos que le dan forma a nuestro andamiaje institucional, no será difícil concluir que, si se cumplieran y respetaran a cabalidad, este sería otro país.

Muy diferente, mucho mejor.

Entonces, buena parte del problema debe de seguir siendo el perfil y la personalidad de quienes han llegado y siguen llegando a ejercer el poder, en todas partes y en todos los niveles de gobierno.

Algo debe de tener la silla que les detona lo peor de sus respectivas personalidades. “Megalomanía”, le llaman.

Libros y libros se han escrito abordando este tema y aunque difieren en las razones por las cuales se detona, las líneas generales que la definen y las condiciones políticas sociales que le resultan propicias para crecer, resultan muy similares.

Un volumen imprescindible para abordar lo anterior es Historia Mundial de la Megalomanía de Pedro Arturo Aguirre (Debate) y su prólogo escrito por Eloy Garza González.

El subtítulo no puede ser más sugerente: Desmesuras, Desvaríos y Fantasías del Culto a la Personalidad en Política.

En él, existen frases demoledoras; párrafos reveladores que vale la pena destacar.

Aquí le presento algunos de ellos:

 

“En el fondo, todos los dictadores comparten la compulsión de compararse con los dioses, para lo que les basta ser “tan crueles como ellos”, sugiere el Calígula de Albert Camus”.

 

“Pero hay otro ángulo igualmente patético que se deduce de las historias de megalómanos: el papel que desempeñan las masas populares en esta descomposición moral. Las multitudes súbditas quedan atrapadas en ciclos de denuncias preventivas, de purgas, de linchamientos colectivos contra los herejes del régimen, de adulación desproporcionada y ajena a toda crítica, de falsa conformidad, de disolución de los juicios analíticos simples”.

 

“Así, cada individuo no sólo acepta una creencia absurda, que a su modo de ver todos los demás admiten, sino que reprime a los disidentes que no la aceptan, porque cree que el resto de la gente quiere su imposición. A todas luces es un engaño colectivo”.

“El líder megalómano generalmente tiene un andamiaje moral elemental, fundado en un storytelling común: la imagen del padre protector pero estricto, que sustenta su actuación en el valor de la autoridad a secas (“porque lo digo yo”) y enseña a sus hijos a disciplinarse en aras del mantenimiento de esa jerarquía filial, que acaba siendo un fin en sí mismo”.

 

“Mediante este artificio atajamos las complicaciones del pensamiento crítico y nos instalamos en una zona de confort. El pueblo-hijo llega a ser cómplice del autócrata, seducido por su embrujo, lo que no obsta para que muchos megalómanos se ensañen cruelmente en contra de su población”.

 

“A partir de ese pervertido contrato social los valores y conceptos del régimen despótico cobran sentido: el discurso orwelliano se enraíza en el inconsciente colectivo. Las audiencias transustancian al dictador en artículo de fe (“Il Duce ha sempre ragione”) y someten a él su modo de razonar; ajustan sus emociones y su lenguaje hasta moldear la realidad y enmarcarla en la ficción interesada del Padre Protector”.

 

“La fidelidad al tirano contradice la lógica economicista clásica (“nadie actúa en contra de su propio interés”) y se explica mejor con una hipótesis sociológica: la gente opera en razón de su identidad, es decir, de su sistema de valores (George Lakoff). Y si estos valores gravitan en torno a la imagen del Padre Protector (que es una derivación del modelo de familia idealizada) que nos rescata del miedo, la gente responderá en consecuencia, bajo la siguiente máxima: “Lo que es bueno para todos, es bueno para mí”.

 

Ya para cerrar esta larga y tediosa columna, le propongo el siguiente ejercicio:

Revise las líneas anteriores e intente asociarlas con la imagen de algún gobernante o político del pasado o del presente.

Es decir: póngale usted el, o los nombres y los apellidos que considere los más apropiados.

Seguramente, muchos cumplirán a cabalidad con los requisitos para ser considerados como megalómanos.

 

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