Por Alejandro Mondragón
A días de la definición de su candidato a la gubernatura, Mario Marín Torres se reunió con periodistas poblanos, a principios del 2010.
En el anexo de Casa Puebla, ponderó a su carta, Javier López Zavala, pero dejó en claro que su siguiente apuesta sería, sin dudarlo, Alejandro Armenta Mier.
Era el dirigente estatal del PRI y lo consideraba su ahijado. Marín, claro, su padrino. Desde esa posición se lanzó contra el naciente morenovallismo.
Su vida dio de vueltas y acabó, 8 años después, en Morena, partido que lo cobijó con una candidatura al Senado, donde a través de la posición de Ricardo Monreal, pactó con el morenovallismo.
Tras el helicopterazo quiso la candidatura de Morena a la gubernatura frente a Luis Miguel Barbosa, a quien combatió por las buenas, pero más por las malas.
Armenta afectó la campaña barbosista, pues su guerra sucia la usó el PAN para atacar al hoy gobernador. El daño estaba hecho.
Y como siempre, ahora el senador Armenta hace su reaparición para enviar una señal de reconciliación con el mandatario, cuando se sabe que anda ya en la ruta del 2024.
Lo que llama la atención es que ha querido vender al barbosismo que encabeza un grupo fuerte en Puebla con el respaldo de Monreal para su proyecto sexenal.
Y en este esquema ha metido, entre otros, a la alcaldesa Claudia Rivera Vivanco, como punta de lanza contra el barbosismo.
Quizá el gobernador debería saber que no es así, pues no existe ningún acuerdo político entre Rivera y Armenta, quien sólo usa su nombre.
En realidad, las peticiones de apoyo de Armenta han sido desechadas, por no decir ignoradas.
Si Rivera Vivanco no forma parte de este grupo que lo mismo se le da aliarse al morenovallismo y priismo, por qué el empeño de Armenta de utilizar su posición.
¿A qué le juega?
¿Será que en realidad carece de base social y aliados reales en Morena en Puebla y usa nombres que ni vela tienen en su entierro?
¿Por qué enfrentar a la alcaldesa con el gobernador?
Son preguntas, conste.
