Por Valentín Varillas
Próximamente, Andrés Manuel López Obrador y otros personajes de diferentes signos ideológicos en la vida política nacional, harán público un compromiso para implementar en el país un nuevo modelo de gobierno, en caso de que el candidato de Morena gane la elección presidencial del 2018.
Ahí juran, cabrán todos.
Desde los perredistas que han emprendido el éxodo al considerar –con razón- que su partido ha dejado de ser una opción viable para el electorado que busca en la izquierda una forma diferente de llevar las riendas en el país, hasta los priistas que se sienten excluidos del pacto cupular que ha signado el presidente Peña y su círculo más íntimo con otros actores, para evitar a toda costa que “El Peje” llegue a Los Pinos.
Están considerados, faltaba más, algunos panistas que serán un inminente daño colateral de la enorme fractura de grupos que se vive al interior de la derecha nacional.
Este modelo se basa en algunos postulados básicos de los gobiernos parlamentarios.
Su eje central es acotar el poder presidencial a través de la puesta en marcha de diversos mecanismos que, en teoría, servirán como contrapesos efectivos de cualquier potencial abuso de poder.
El legislativo jugaría aquí un papel realmente preponderante en el ejercicio de gobierno, con la figura de un jefe de estado cuyo actuar sería distinto al del jefe de gobierno.
De esta manera, la toma de decisiones en términos de políticas públicas y aprobación de leyes tendría que ser resultado de un proceso real de cabildeo, que tendría como columna vertebral la participación de todas las fuerzas políticas nacionales.
La medida –al integrar a personajes que han hecho vida política en otros partidos diferentes a Morena- además de resultar un antídoto natural al Frente Democrático Nacional-, pretende mandar un mensaje de certidumbre a aquellos electores que sienten todavía que la llegada de López Obrador a la presidencia de la República puede sentar las bases para que en México gobierne una “dictadura de izquierda” similar a la que gobierna Venezuela.
Algunos protagonistas de la política nacional, como el todavía priista Manlio Fabio Beltrones, han dicho públicamente que el actual modelo de gobierno está ya agotado y no responde a las necesidades reales de este país.
Que es necesario explorar nuevas formas, nuevos métodos para recuperar la gobernabilidad y la confianza de los mexicanos a nuestras instituciones.
Desde hace meses, se habla de un acercamiento real entre AMLO y Manlio Fabio ya que el sonorense tiene hoy más coincidencias con el tabasqueño que con el grupo político del presidente Peña.
De cuajar lo anterior, Beltrones ocuparía un lugar de suma importancia en la puesta en marcha y la operatividad de este nuevo modelo de gobierno.
Modelo que, por cierto, su sostenimiento dependerá única y exclusivamente del respeto a los acuerdos que se logren, ya que no habrá, de entrada, las modificaciones legales que le den sustento jurídico a lo anterior.
Para un país que ha implementado hasta la saciedad un modelo absolutamente presidencialista, en donde el tlatoani en turno cuenta con facultades meta-constitucionales, la propuesta que próximamente harán López Obrador y sus nuevos aliados podría venir a oxigenar la vida política nacional.
El gran reto será que del papel se pase a la práctica con éxito, ya que la historia también nos ha enseñado que los acuerdos, alianzas y coaliciones, han sido pactos cortoplacistas que han servido únicamente para ganar elecciones pero que no han podido implementar una forma de gobierno que responda a un modelo conjunto de nación o estado.
Ya es hora ¿no cree?