Por: Juan Manuel Mecinas
No es casualidad que Alejandro Mondragón y Valentín Varillas hayan sobrevivido a cinco años de un gobierno estatal que los ha tratado de manera distinta respecto de sus pares.
No se trata sólo de la negativa a publicitar actividades y eventos del gobierno del Estado, sino que los ha tratado de asfixiar económica y mediáticamente, además de embestirlos legalmente.
Las razones de la animadversión morenovallista hacia Status Puebla (el portal informativo de Varillas y Mondragón) pueden entenderse, pero no se justifica la discriminación en relación a otros medios. El “no pago para que me peguen” no justifica el “pago para que me alaben” y esta última es la política que no quisieron seguir Mondragón y Varillas y las consecuencias todos las conocemos.
Habrá que reconocer que la existencia de Status Puebla no es menor en los tiempos políticos que vive el Estado. Sin quererlo, y sin que lo reconozcan, Mondragón y Varillas han beneficiado al morenovallismo de maneara paradójica: gracias a su crítica incesante, con chispazos de gran calado periodístico, el morenovallismo no es percibido como un régimen totalitario, sino como uno autoritario. Pequeña gran diferencia que no es motivo de satisfacción para el gobierno en turno—porque democracia es aún tarea pendiente— pero que, gracias a la labor de estos dos periodistas, maquilla una realidad que apesta a capricho y autoritarismo.
Varillas y Mondragón han jugado un papel de perro guardián de la democracia, propio del periodista moderno. Su aportación no es menor y resalta aún más cuando la oposición política, que debiera ser contrapeso al gobierno del Estado, es sumisa y está entregada al inquilino de Casa Puebla.
La labor de Mondragón y Varillas ha tenido una constante: la coherencia. A partir de allí se puede coincidir con ellos o no, pero los yerros, que con toda seguridad ha habido, no han dependido del ingreso de un convenio o del pago de una publicidad del gobernante en turno. Pocos en la prensa poblana, y el número es verdaderamente reducido, pueden jactarse de una crítica constante —y en ocasiones ruda y cruda— contra el gobierno del Estado, pero que no ha dejado de lado una crítica similar a la oposición al morenovallismo tan entregada como mezquina y cortoplacista.
Se puede coincidir con su estilo, se puede criticar su insistencia, se puede discrepar de su labor, pero tirios y troyanos tendrían que reconocer que Varillas y Mondragón han sido un par de periodistas necesarios para sacar a la luz las fallas —inevitables y en ocasiones burdas— de un régimen no ve y no oye a la oposición, pero la destruye.
Sirva está última columna del año para reconocer una labor difícil —la mayoría nunca se ha dado cuenta lo complicado que es militar en la minoría-, que seguro ha tenido baches y yerros, pero cuyos aciertos han tratado de dejar en claro que el periodista no debe adular, sino incomodar y que aún en el margen, aún en la dificultad, se puede tratar de hacer periodismo: los resultados pueden ser mejores o peores, pero la guía debe ser la crítica y no el convenio de publicidad.
Si los medios poblanos tuvieran un poco del ánimo (bastante) crítico de Mondragón y Varillas, los últimos cinco años habrían sido mejores, porque la construcción democrática no crece ni se fortalece desde el aplauso, sino se nutre de la crítica, y porque las coincidencias no deben ahuyentar o excluir a la disidencia.
Mondragón y Varillas pueden presumir que han tratado de aportar un pequeño grano que, en la suma, cambia sociedades y construye democracias.
Tiempo Extra
Esta columna se volverá a publicar en 2016. Felices fiestas y mi eterno agradecimiento a quienes se toman la molestia de leer lo que aquí se expresa. ¡Hasta pronto!