Por: Valentín Varillas
Juran los enterados que Mario Marín entregó el estado a cambio de ser exonerado por los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en el caso Lydia Cacho.
El máximo tribunal del país concluyó, contra todo pronóstico, que no habían existido ni violaciones graves a los derechos humanos de la periodista ni tampoco uso faccioso de las instituciones del estado en su contra.
Un resultado diferente hubiera tenido consecuencias funestas para el otrora ya famoso “góber precioso”.
Bajo esta lógica, el fallo habría marcado en definitiva el futuro político de Puebla.
Argumentos que apoyan la teoría los hay de sobra.
Marín, el gran maestro de la operación electoral, el gran héroe que había ganado apenas un año antes todas las diputaciones federales poblanas en juego, cometió yerros y omisiones elementales.
De entrada, la supuesta imposición de un candidato que no cumplía cabalmente con los estrictos requisitos de la rentabilidad electoral sin que haya mediado un proceso de auténtica reconciliación entre quienes se sintieron agredidos por la decisión.
La división de grupos alcanzó niveles de auténtica fractura y las traiciones estuvieron a la orden del día.
Ya en el desarrollo de la campaña, parecía que el objetivo real era perder.
Mala logística en la organización de eventos, pocos asistentes, nula publicidad en municipios al interior del estado, mínimo trabajo de operación política efectiva en la capital y municipios conurbados, fundamentales por la cantidad de votos que aportan al padrón electoral.
Los responsables de dar resultados en cada una de estas áreas, al momento de explicar la falta de resultados coincidían en la causa real: “no nos llega el recurso”·
Por alguna extraña razón, el dinero oficial que se destinaría a que el marinismo repitiera en Casa Puebla no estaba fluyendo en tiempo y forma ni en las cantidades necesarias para operar la elección de estado.
Lo mismo sucedió el mero día de la elección: las acciones de acarreo, compra de conciencias y demás linduras que son parte ya de la cultura política nacional, se quedaron muy cortas para garantizar el triunfo del candidato oficial.
El nerviosismo de operadores y seccionales que veían como el barco del priismo poblano naufragaba, contrastaba con la tranquilidad del gobernador que seguía inmutable el desarrollo de la jornada desde su oficina en Casa Puebla.
Testigos que vivieron aquella mañana junto con Marín se sorprendieron de la calma con la que éste recibía las pésimas noticias que como cascada llegaban de distintos frentes.
Los números eran contundentes y presagiaban una debacle de mayúsculas proporciones.
Más que estoico, resignado a un sino pactado de antemano, Mario Marín y su clan cayeron del Olimpo.
El día más negro de Rafael Moreno Valle fue el de la aprehensión de Elba Esther Gordillo.
Poco tiempo antes de que se llevara a cabo el operativo realizado en el Aeropuerto de Toluca, el gobernador de Puebla recibía la noticia en la oficina del Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.
Quienes lo conocen de cerca, juran que nunca lo habían visto así.
Nervioso, temeroso ante un futuro que en ese momento cambiaba radicalmente de tono y lucía espantosamente sombrío, el mandatario estatal esperaba lo peor.
El ahijado político de la hoy defenestrada “maestra” se había aprovechado de la operación electoral y de recursos nunca antes vista en la historia de Puebla, lo que lo llevó al triunfo en el 2010.
Comprobar jurídicamente amarres, ligas, movimientos, transacciones, triangulaciones de recursos, resultaba un juego de niños.
Sin embargo, las cosas resultaron distintas.
No lo tocaron siquiera, a pesar de tratarse de un gobernador de oposición con proyecto presidencial.
A partir de ese momento, Moreno Valle se convirtió en un auténtico aliado del grupo político que gobierna el país y desde la gubernatura de Puebla empezó a hacer todo lo posible por favorecer sus intereses (políticos y económicos) y los de sus incondicionales.
¿A cambio de qué?
¿Qué se negoció entonces?
¿Entregar Puebla a cambio de impunidad?
¿Otra vez?
Por cierto, en ese mito de la negociación del estado en el 2010, ganó la gubernatura el entonces candidato (Moreno Valle) del presidente (Calderón).
¿Pasará lo mismo en el 2016?
¿Quién sería, en esta coyuntura, el abanderado(a) de Peña Nieto?
¿Tendrá siquiera candidato?