“Demostré con creces lo que alguna vez dije en campaña: Le vamos a dar en la madre. Y sí, le di en la madre a la democracia en aras de imponer mi voluntad”.
“Logré poner contra la pared a mi peor enemigo, al quitarle Valle Fantástico, el edificio del Heraldo, el aeropuerto y en breve hasta el equipo de futbol”.
“Logré imponer el miedo entre los grupos que osaron protestar en contra mía. Gracias a Ardelio, que cumplió al pie de la letra mi orden de mandarlos a chingar a su madre a todos”.
“Despilfarramos más de 2 mil millones de pesos en hacer obras faraónicas para mi lucimiento personal con tal de cumplir mi sueño de ser, algún día, presidente de la república. Ah sí, el pretexto es la fiesta del 5 de mayo”.
“Logré el total sometimiento de los poderes del estado. El poder legislativo y el poder judicial comen de mi mano y hacen todo lo que les digo. Así, impuse la ley para pode espiar a mis enemigos como me plazca”.
Y así por el estilo.
Aunque en honor a la verdad, existe la duda que haya un ejercicio transparente de rendición de cuentas. Más será un dechado de frases sin sentido en las que “democracia”, “pureza”, “grandeza”, etc; serán los conceptos más manoseados.
Y obviamente, pues serán celebrados de manera estridente por toda la bola de corifeos que aplauden a rabiar y sin chistar todo lo que hace su patrón.
Lo que es cierto es que en el 2011 se impuso un estilo muy personal de gobernar, poco comprendido, demasiado cuestionado, en el que las acciones de gobierno fueron opacadas por esa necesidad del mandatario de explotar su imagen, de imponer su ley, de implantar un régimen de miedo, de amarrar y someter a los todos los sectores a un solo modus operandi: el suyo.
P.D.- Esta columna se suma a la pausa navideña y regresa hasta el día 13 de enero del 2012.
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