26-04-2024 06:53:58 AM

El Sueño Americano, la disciplina germánica y otras utopías

Desde la Escolástica aristotélico-tomista y sus fuentes judeocristianas y grecorromanas, La evolución del pensamiento fue esbozando diferentes formas de asumir la vida, y a partir de ello planteó formas de organización política que no necesariamente eran contrarias a la práctica común de la época, pero que la ortodoxia rigurosa veía como subversivas, mientras que quienes cuestionaban al orden vigente, usualmente intentaron aniquilarlo antes que perfecciónalo, suscitando así las confrontaciones que hemos venido comentando a lo largo de estos artículos que reflexionan sobre los sucesos que han dado forma a nuestra Historia, condicionado nuestro presente, y que deben ser adecuadamente valorados para basar la construcción de nuestro futuro… un Futuro que debe y puede ser de éxito si identificamos justamente lo que nos ha permitido avanzar y lo que nos ha frenado, no en función de posiciones ideológicas sino de resultados.

Ya en el siglo XVI, Inglaterra rompía con Roma -por líos de faldas- y se confrontaba exitosamente con la España Imperial, dando base de operaciones a quienes se empeñarían en replantear el rumbo de la historia mediante otras formas de organización política y diferentes formas de vida personal, familiar y comunitaria.

Desde 1700 España y las Reformas Borbónicas; Francia desde 1750 con la Ilustración y su Revolución resintieron la acción de quienes en su afán de implantar nuevas formas de vida combatieron a la Iglesia Católica y a las instituciones que en torno de esta suscitaron formas de vida peculiares a cada país, pero ecuménicas en su conjunto.

México está inserto en dicho proceso y tal parece que nuestra historia sólo hablara de las  pendencias entre quienes se aferran al orden establecido y quienes pretenden imponer un nuevo régimen, y no de la forma en que hemos construido nuestro patrimonio para evaluar y perfeccionar los métodos de construir riqueza, evitando aquello que no ha funcionado.

Desde la abdicación de Iturbide, la sociedad mexicana estuvo profundamente alejada de quienes decían ser su gobierno pero que no estaban en posibilidad real de ejercer un poder que involucrara a la población. Ya hemos comentado en artículos anteriores que entre el Ier Imperio y el porfiriato México careció de gobierno y que mientras la clase política reñía por la implantación o no de determinadas leyes, la gente trabajaba y hacía funcionar al país, que entre tanto no desarrolló infraestructura, ni servicios, ni un ambiente que propiciara mejores formas de vida para nadie, por el contrario, se fue deteriorando lo que se había creado durante el virreinato.

Porfirio Díaz, un liberal que tuvo el tino de no hostilizar a la Iglesia Católica ni derogar la Constitución o las Leyes de Reforma, pacificó al país e inició un acelerado y consistente desarrollo que aún estaba en posibilidad de rivalizar con los Estados Unidos cuando barruntaba la Primera Guerra Mundial como confrontación entre dos modelos políticos: uno, encarnado en Alemania como en ningún otro lado, representaba al orden y al rigor de la disciplina, y el otro a la libertad, la rebeldía y la ausencia de límites significado por el Sueño Americano.

En realidad ni uno era tan autoritario ni el otro tan abierto. Otomanos aparte, los Imperios Centrales estaban teniendo un espectacular desarrollo cultural, científico, económico y social que rebasaba ya a los británicos y comprometía la futura hegemonía norteamericana que se erigía sobre la captación del capital (humano y financiero) que huía de los países en conflicto y buscaba un sitio seguro, no por su supuesta democracia -pues sus políticos predominantes no incluían a todos los actores- sino porque la paz reinante permitía trabajar y prosperar en un país de amplios horizontes.

Francia, España e Iberoamérica se desangraban confrontando a ambos modelos, pero Japón aparecía en escena sorprendiendo a todos y México se desarrollaba aceleradamente cuando el inminente choque entre los bloques europeos (y de los dos modelos de vida) podría decidirse por la participación de potencias de otros continentes, especialmente Estados Unidos al lado de Inglaterra, pero que podría ser neutralizado por Japón y por el México de la paz porfiriana que apoyado por Alemania -que ya asesoraba a su ejército- podía buscar la revancha a la guerra del 47.

Así el Flores Magón incita a la Revolución Mexicana en un anarquismo semejante al que Rosa Luxemburgo desencadena en Alemania y los Jóvenes Turcos en el Imperio Otomano, o la semana Trágica en Barcelona o la Comuna de París, con los mismos argumentos que en Rusia devienen en la barbarie del Estado totalitario de Lenin y Stalin o en la intentona en España durante la Segunda República o el maximato y el cardenismo en nuestro país.

La victoria del incipiente sueño americano ante la disciplina germánica que parecía definir el resultado de las añejas luchas entre monárquicos y republicanos (lo que aún no sucede, pues subsisten gran cantidad de monarquías constitucionales en Asia, África y Europa), se ve abruptamente cuestionada por el surgimiento del fascismo italiano, del nazismo alemán y por la derrota de la República Española ante el nacionalcatolicismo franquista que perfilaban al mundo a una nueva confrontación de los dos modelos en una guerra aún más devastadora que la recién vivida. En el México de entonces los revolucionarios encabezados por Lázaro Cárdenas trataban de imponer su propia versión de un Estado soviético.

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