En algún lugar de la Amazonía, septiembre de 2005
Los murmullos de la selva manifiestan una asombrosa vitalidad, te incitan a visualizar tus fortalezas y oportunidades, a evaluar tus conquistas.
Escuchar a la cigarra, esa que da la voz que anuncia la noche en la selva cuya inmensidad parece llenarse con el canto y el encanto de ese diminuto bicho, permite pensar que nuestros actos también pueden suscitar efectos insospechados…
Al evocar los recuerdos de lo vivido los tres años anteriores me esforzaba por encontrar y comprender las causas y los porqués…
Aquello por lo qué no sucedieron las cosas como -según mi propia razón- debían haber sido…
Mientras todo eso bullía en mi mente, las nubes se fueron abriendo, mostraron un cielo pleno de estrellas, en su recodo, el río reflejaba alguna luz y mostraba la silueta de la selva de la que emergían, a trechos esos inmensos ejemplares de cedro macho…
Mis recuerdos se confundían con las reflexiones, con los análisis…
¿Qué había pasado…?
¿Cómo había sucedido todo…?
Entre aquellos sonidos e imágenes maravillosas fui viendo pasar mi vida y la forma en que he asumido los acontecimientos de mi tiempo… de mi mundo…
El vuelo de un murciélago me hizo levantar la vista… observé el orden en el firmamento que parecía contrastar con el aparente desarreglo de la selva, pero infiriendo por todo lo que iba conociendo acerca de esta, disfrutando a cada paso de esa ignota armonía, de ese increíble equilibrio en el que además me podía insertar y actuar, me recordó como fui comprendiendo a mi mundo, a mi tiempo… en aquellos los primeros años de mi vida, cuando la Organización también veía sus primeros años y vivíamos todos el mismo mundo, un mundo provinciano, nuestra muy conservadora sociedad cuyas añejas rencillas hibernaban…
Mis introspecciones se vieron alteradas por el asedio de una nube de insectos, hube de embadurnarme más repelente, era ya hora de dormir…
Esperaba con pavor una noche sofocante, pero no. El calor era intenso, pero la choza fue construida con tal sabiduría, que la ventilación cruzada entre dos grandes ventanas generaba una frescura confortable. Los mosquiteros eran una barrera infranqueable para los insectos, que en ese momento de mi existencia eran un tema vital a considerar.
Poco antes de la alborada fuimos penetrando en la espesura para ir a presenciar el amanecer, percibíamos el olor de la selva, como entre tabaco y vainilla, eventualmente a escargots…
Los ruidos del follaje susurraban en rededor, los matices de luz intensificándose desde la penumbra, la selva, húmeda y gris, completamente inundada por el vaho…
Subimos una colina hasta llegar a sus peñascos. Hubo un intervalo en el que la neblina quedó abajo y la inmensidad de la selva emergió ante nuestros ojos cubierta por ese tenue manto. Fueron despertando los animales, poco a poco se dejaron ver las aves y mas adelante, cuando bajamos, numerosos simios y otros mamíferos…
La realidad de la selva, como la realidad de la vida, cambia rápida y fácilmente…
Las cosas de la vida, como esta selva, no son de un color definido, sino que se van matizando según la luz que les llegue y el punto desde el que se les observe…
No son iguales al ocaso que a la aurora…
Cuando al descorrerse el manto de la niebla, surge ante nuestros ojos un brillo que ahí estaba, oculto para aparecer cuando llegase el momento… Su momento.
Así, la realidad que me envuelve irá cambiando al paso de los días, de las semanas, de los meses.
Cuando llegue el momento, la verdad será evidente y muchos matices por ahora obscuros, brillarán…
Bendito Dios que te valiste de mis detractores para darme ocasión de conocer Tus maravillas…
Mientras caminaba entre ese calidoscopio que hacía vibrar ante mí todos los colores imaginables, desfilaban por mi mente tantos y tan intensos momentos, como cuando inicié mi gestión como presidente de la sociedad de alumnos de la facultad y me adentré en la lucha sintética que se daba en las universidades mexicanas…