Satanizado por unos, idealizado por otros más, lo cierto es que el voto nulo, o voto blanco, se ha convertido ya en un actor protagónico que llegó para quedarse en esta contienda electoral.
La decisión de acudir a las urnas a tachar más de una de las opciones de la boleta, como método para expresar la inconformidad ciudadana hacia los partidos políticos y los métodos que ensayan para la selección de sus candidatos, ha permeado como nunca en una sociedad cansada, harta ya de promesas incumplidas y de no ver en la política real una alternativa eficaz para la resolución de sus problemas cotidianos.
Se trata sí, de una manera de manifestación política completamente distinta a la decisión de abstenerse de votar, que debido a los niveles tan altos que refleja en todas, absolutamente todas las encuestas recientes que sobre preferencias electorales se han publicado, tendrá un peso específico en el resultado final del proceso.
Y es que, a pesar de que la mayoría de las opiniones de reconocidos especialistas y famosos analistas políticos se han sido en contra de la anulación del voto y a favor de la responsabilidad ciudadana que significa el tener un papel activo en el proceso de selección de nuestros gobernantes y representantes populares, haciendo que la gran mayoría de los sufragios cuenten, la ambiciosa campaña realizada por organizaciones no gubernamentales y personajes populares que, a través de notas de prensa o la utilización de medios alternativos como el Internet aseguran que el actual sistema de partidos en el país es un rotundo fracaso, en términos de lograr una representación auténtica de las necesidades de la mayoría, ha crecido de tal manera que los números de verdad sorprenden.
El voto nulo, según estas encuestas, ha registrado en las últimas semanas un crecimiento exponencial tal, que lo ubican muy por arriba del nivel de votación que seguramente tendrán partidos como el PRD, PT-Convergencia y el Verde Ecologista.
En la mayoría de los distritos, sobre todo en las zonas urbanas, el porcentaje de ciudadanos que asegura que va a anular su voto creció de 0.5% a finales del mes de mayo, a cerca de un 7.5% de acuerdo con números obtenidos a mediados de este mes de junio.
En algunos distritos, los niveles son inclusive superiores a los anteriores.
Es el caso del número 10 con cabecera en San Pedro Cholula, en donde se calcula que el porcentaje de ciudadanos que anularán su voto será superior al 13%.
Se trata del distrito poblano en donde más ha permeado esta campaña.
Le siguen el distrito 9 de Puebla con un 12.5% y el 15 con cabecera en Tehuacán, en donde la cifra anda por arriba del 11%.
Números similares se repiten a lo largo y ancho de todo el país.
Increíble ¿no cree?
Lo que darían algunos partidos por alcanzar esos niveles de participación.
Todo lo anterior demuestra cómo el voto nulo será un factor importante en la composición de la próxima legislatura federal.
Al final del día, la política es un juego de suma cero en donde decisiones como no salir a votar o anular el voto hacen que los niveles de votación de los partidos participantes se vean radicalmente modificados.
Veamos.
Hay partidos como el PRI que dependen en cada proceso electoral en un 90% de su voto duro.
Es decir, el de sus militantes, operadores, sectores y demás especies que se encuentran actualmente insertados en la burocracia partidista o se desempeñan como servidores públicos en el nivel estatal o municipal.
Ellos, con o sin campaña de voto nulo, seguirán votando por el tricolor.
Sin embargo, otros como el PAN y PRD que dependen más del llamado voto ciudadano, ese que nunca vota por el PRI, pero que es considerado como “switcher” por sus altos niveles de volatilidad, se ven afectados directamente por el crecimiento de votantes potenciales que pretenden hacer que su voto no cuente.
Esto, sobre todo en el caso del PAN, en un escenario de competencia electoral cerrada como el que seguramente se presentará en varios distritos poblanos, significa la diferencia entre ganar o perder.
Si bien es poco probable que después de la elección exista la madurez de los partidos tradicionales para proponer cambios en los criterios que llevan a cabo para la selección de sus candidatos y mucho menos probables que el legislativo o los tribunales tengan la sensibilidad para abrir la baraja de las candidaturas a ciudadanos sin filiación partidista, lo cierto es que el cada vez más bajo nivel del debate político y el pésimo perfil de quienes hoy salen a pedirnos el voto, además de lo descompuesto del escenario económico y social actual, hacen que cada vez un mayor número de mexicanos vivan en carne propia un monumental desencanto democrático, que si bien nunca será justificable, sí resulta por demás entendible.
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