Por Valentín Varillas
La vida política del ex alcalde de Puebla, Eduardo Rivera, pasa por una etapa de marcados contrastes.
Perseguido políticamente por representar un obstáculo para la perpetuidad del grupo en el poder, ha sido señalado por un congreso que ciegamente obedece a las órdenes de Moreno Valle, por supuestas irregularidades cometidas durante su gestión.
La inhabilitación para ocupar un cargo público, es la vía legal con la que pretenden dejarlo fuera de la jugada.
Más allá de que Rivera pueda o no presentar la documentación necesaria para su defensa –está en tiempo para hacerlo–, llama la atención que, fuera de Puebla, sus bonos políticos han sido bien cotizados por panistas que hoy juegan un papel importante en la política nacional.
Algunos de ellos, por cierto, hicieron público su espaldarazo a Eduardo, vía redes sociales, al inicio de la cruzada en su contra.
Recuerdo los mensajes de Ricardo Anaya, Margarita Zavala, Josefina Vázquez Mota, Marko Cortés y un largo etcétera de nombres que, sin duda, son parte fundamental de los liderazgos de Acción Nacional.
Lalo es hoy uno de los incondicionales de Margarita Zavala, la que tiene, según la frialdad de los números, las mayores posibilidades de convertirse en la candidata blanquiazul en el 2018.
Rivera está también muy cerca de Ricardo Anaya, el líder nacional del partido y quien será fundamental en la determinación del método de elección del candidato blanquiazul a la presidencia de la República y en las consecuentes negociaciones que determinarán el reparto de posiciones en los estados del país en donde habrá elecciones el próximo año.
En el caso del proceso electoral del 2016 en Quintana Roo, Eduardo Rivera coordinó con éxito la campaña del hoy gobernador Carlos Joaquín González, de quien hoy forma parte de su equipo de asesores.
La posición le permitió además amarrar vínculos con otras fuerzas políticas nacionales que impulsaron en su momento la candidatura del quintanarroense.
Apenas hace unos días, Lalo fue nombrado como coordinador de campaña de Josefina Vázquez Mota en el Estado de México.
Su cercanía con quien fuera candidata presidencial en el 2012, más las buenas cuentas entregadas en el caso de Carlos Joaquín, fueron factores que sumaron a la designación.
La deferencia no es menor.
Se trata de una elección importantísima para el panismo y para la presidencia de la República, al grado de que su resultado podría ser un adelanto del desenlace del próximo proceso presidencial.
Por cierto, en torno a la elección en ese estado se ha manejado un inminente pacto político entre Los Pinos y el PAN, que facilitó la candidatura de Josefina y que se tejió sobre la base de acuerdos de beneficio mutuo entre las partes.
Hay quienes aseguran, inclusive, que se trata del antecedente de un inminente pacto para enfrentar juntos el 2018 y formar un gran frente que impida que Andrés Manuel López Obrador llegue a la presidencia.
De ser cierto lo anterior, el propio Enrique Peña Nieto habría bendecido la nominación de Josefina para ganar en el estado que él gobernó y que simbólicamente ha sido propiedad del grupo Atlacomulco, en el que se formó políticamente el hoy presidente.
En este contexto, ¿habrá avalado también de facto la coordinación de campaña de Eduardo Rivera?
La pregunta es interesante, en el contexto de los amarres de altísimo nivel que el peñismo tuvo en los 6 años de gobierno de Rafael Moreno Valle, enemigo acérrimo y cantado de Rivera Pérez.
¿Y entonces?
Si un triunfo de Josefina es un triunfo también para Peña, ¿qué derrotero tomará el proceso que se sigue contra Lalo Rivera?
¿Seguirá la fatwa decretada en su contra?
¿Arreciará por envidia política?
¿Bajará de intensidad por intervención presidencial?
Puebla y la realidad que viven sus actores políticos siguen siendo fundamentales para entender la lógica y dinámicas de la política nacional y, en parte, atrevernos a pronosticar su comportamiento a corto plazo.
Para bien o para mal.
