Por: Valentín Varillas
Uno de los “notables” priistas que con más dureza se manifestó en contra del desempeño del partido en Puebla, luego del fracaso electoral de junio pasado, fue Emilio Gamboa Patrón.
El coordinador de la bancada tricolor en el Senado de la República fue particularmente duro al evaluar la actuación de su “ahijada” política y protegida, Blanca Alcalá Ruiz.
La evaluación tuvo como eje central el tratar de explicarse la monumental caída de casi 300 mil votos que se dio entre el proceso electoral del 2010 y el de 2016.
Sobre la mesa se expusieron razones medianamente válidas como la fuga de operadores del partido -comprados por el actual grupo en el poder-, la feria de traiciones que estuvieron a la orden del día, el pésimo posicionamiento de la marca PRI en el estado y el lastre que representa tener un presidente emanado del partido, con apenas un 30% de aceptación y popularidad.
Sin embargo, Gamboa insistió -una y otra vez- en personalizar la culpa y centrarla en la candidata.
Para él, a Blanca le faltó garra, decisión, coraje.
Bajo su óptica, nadó de muertito en una coyuntura a la que se le pudo sacar mucho más provecho.
La parte más interesante de su arenga se dio al momento de contrastar los magros resultados en nivel de votos obtenidos, con la cantidad de recursos económicos que el tricolor invirtió en la elección poblana.
Y es que, para muchos resulta muy poco lógico que, después de haber gastado en la campaña más de 460 millones de pesos, más 65 millones de aportaciones de empresarios, se haya tenido un desempeño electoral que raya en el más absoluto ridículo.
¿Qué pasó?
¿Qué tipo de alquimia presupuestal se ensayó?
¿Quién o quiénes fueron los que, en lo económico, ganaron perdiendo?
El enojo de Gamboa se entiende.
Fue él el principal precursor de la candidatura de Alcalá.
Más allá del cariño personal que existe entre ellos, Emilio peleó por su nominación basándose en encuestas, en esos números que en el papel enseñaban que la exalcaldesa de Puebla era quien maximizaría la votación tricolor en el estado.
Enfrentó a todos arguyendo hasta el cansancio que era ella y nadie más, quien cumplía cabalmente con los criterios de rentabilidad electoral.
Y al final, en lugar de resultados, la vergüenza.
Lo interesante ahora será ver cómo esto va a influir en la coyuntura para elegir al candidato o candidata del PRI para el 2018.
Hay quienes juran por todos los santos que la senadora volverá a ser la ungida.
Que las cosas serán diferentes, que los pactos tendrán que cumplirse y que, en el afán de hacer ganar al candidato priista a la presidencia, el tricolor regresará a casa Puebla.
¿Será?
La realidad política pinta muy distinta a las elucubraciones de algunos.
Aquí, se ve un tricolor desmantelado, dividido, desprestigiado, con muy pocas probabilidades de ser competitivo, en Puebla, y a nivel nacional.
En este contexto, se ve prácticamente imposible que Blanca Alcalá repita el candidatura tricolor.
Las nuevas responsabilidades que le fueron asignadas en su papel de legisladora, más que sumarle puntos para repetir como aspirante a la nominación poblana, parecen premios de consolación adelantados que pretenden endulzar su inminente retiro de la política.