Es mejor decir basta, a decir amén.
Recién leí en alguna revista una frase que por su contundencia, no me mereció ninguna réplica.
Más tarde; en la tranquilidad de mi cama, analicé lo que el día había traído y que el sueño amenazaba con llevarse.
Ahí estaba aún la frase.
Decidí abordarla para entenderla y aplicarla a mi vida hasta donde fuera posible.
“Tras la intolerancia esta la injusticia”
Repasé mi vida, mi situación personal, mis problemas actuales y descubrí que me había convertido, a mis casi sesenta y tres años, en un ser intolerante.
El descubrimiento me deprimió.
La palabra intolerancia suena fuerte y por lo general se aplica a personas que tienen imagen negativa, incluso a veces se consideran revoltosos.
Como miles, tal vez cientos de miles de casos, el mío es el de un ciudadano en el que las injusticias van bordando sutilmente nuestro epitafio.
No es una institución, son muchas instituciones las que con sus omisiones se convierten en una lápida para la sociedad.
Por citar sólo algunas: el IMSS, que durante tres años me ha hecho dar vueltas innecesarias para obtener la pensión a que tengo derecho.
El Ministerio Publico y los órganos de Procuración de justicia de Puebla, ante quienes en el sexenio pasado pudo más el tráfico de influencias, la corrupción y la falta de interés en mi denuncia y /o querella que la Ley misma.
La COFEPRIS en Puebla, que en diez meses no ha sido capaz de dictaminar una petición sobre una historia clínica en consulta externa que el médico tratante no elaboró, petición que realicé en noviembre de 2010, etc.
¿Soy intolerante? , pregunté a mi esposa al día siguiente.
¡Eres ingenuo, me contestó! ¿Ingenuo? ¿Es ingenuidad rebelarse porque las instituciones que deberían servirnos, están manejadas por incompetentes que no cumplen sus obligaciones por negligencia, interés desleal, burocracia indolente o simple ignorancia?
No; eso no es ingenuidad, respondió mi esposa, mirándome a los ojos, y dijo algo que fue materia de un nuevo desvelo esa noche.
¡Eso se llama pasividad, eres pasivo!
Pasivo, pasivo, pasivo; durante la larga noche, se repitió esa palabra en mi cabeza, hasta que el sueño me rindió.
¡No soy pasivo!, desperté gritando.
Pasivo es todo humano que permite el abuso y el atropello sin alzar la voz en señal de reclamo, denuncia o señalamiento.
Desde entonces, decidí que es preferible que me griten alborotador, histérico, revoltoso o intolerante.
Al sentarme a la mesa, mi esposa vio un hombre distinto, no aguantó más la curiosidad y preguntó: ¿Qué te pasa esta mañana?
Mi respuesta fue tajante: ¡Soy intolerante! Decidí decir basta a la impunidad, a la corrupción, la simulación y a todo aquello que vaya en detrimento de las Instituciones.
¡Prefiero ser intolerante que pasivo!
A partir de ese razonamiento, asumí que pertenezco a las filas de intolerantes cansados de que sus derechos sean atropellados, por quienes se convierten en victimarios de la sociedad pasiva.
Es mejor decir basta, a decir amén.