Por Valentín Varillas
Hoy quiere llegar a convertirse en el ombudsman nacional.
En la cabeza visible que lleve la bandera de los defensa de los derechos humanos en el país.
Aunque en su desempeño en Puebla, fue comparsa de todo tipo de abusos cometidos desde lo más alto del poder político.
Aquí en el estado, pasó a la historia por haber avalado con su silencio el asesinato del niño José Luis Tehuatlie Tamayo a manos de policías estatales allá en Chalchihuapan.
Adolfo López Badillo, desde la Comisión Estatal de Derechos Humanos, jamás emitió una condena ante estos criminales hechos.
Y vaya que los hubo de sobra.
Sin el menor pudor se alteró la escena del crimen.
Se falsearon datos y declaraciones.
Se criminalizó a la víctima y a su madre.
Se encarcelaron a los principales movilizadores de la propuesta.
Se utilizaron las instituciones públicas y el aparato propagandístico oficial –que incluía periodistas, columnistas y medios masivos de comunicación- para darle difusión nacional a una versión oficial de los hechos que era una auténtica burla para la inteligencia más elemental.
La que incluía cabezas de marranos, piedras de grueso calibre y un inexistente cohetón que detonó precisamente en el momento exacto en el que impactó en la cabeza de José Luis, ocasionándole una herida mortal en la cabeza.
Tuvo que venir la Comisión Nacional de Derechos Humanos a enmendar la plana.
Aunque también tibia en su dictamen sobre Chalchihuapan, ya que no se atrevió a involucrar al entonces gobernador Rafael Moreno Valle, la CNDH por lo menos echó por tierra la ridícula versión oficial.
En plena crisis nacional de derechos humanos, por el desastroso desempeño de la inservible Rosario Piedra Ibarra, el país requiere un titular que abone a la credibilidad y la confianza de la CNDH.
Alguien que, con toda firmeza, esté dispuesto a plantarle cara al poder político en defensa de los ciudadanos.
Y la historia nos lo deja muy claro: Adolfo López Badillo no es, ni será nunca esa figura.
