Por Jesús Manuel Hernández
Políticos de la oposición, PAN-PRI, consultados en los últimos días sobre los resultados electorales coinciden en un argumento: ambos partidos se olvidaron de las bases, perdieron el rumbo.
Según cada caso, algunos perdieron el rumbo por la ambición personalista de sus dirigentes en esa clarísima tendencia de la política y la democracia patrimonialista, tan criticada en el pasado por los seguidores del llamado “bien común”.
En otros casos los dirigentes prefirieron la negociación debajo de la mesa para asegurar el futuro, aunque sea corto, después “Dios dirá” en una premisa del mal necesario.
En ambos casos ante la pregunta de ¿cómo recuperar lo perdido? La respuesta también fue similar “volver a los orígenes”.
Para los tricolores la debacle se veía venir desde cuando Zedillo entregó a Fox la banda presidencial y Peña Nieto se dedicó más al glamour y no tanto a mantener el rumbo político, el PRI se olvidó de los pobres, privilegió las relaciones con el poder económico y además entregó plazas a sus socios, no a la militancia.
El PAN arañó el poder presidencial con Fox y con Calderón, pero jamás tuvo el partido injerencia real en la administración pública plagada también de improvisaciones, compadrazgos, intereses particulares y de equipo, cofradía les dicen algunos, se olvidaron de las bases, de los panistas que sudaron la camiseta pegando propaganda.
El panismo de hoy es el residuo de la alianza promovida por Rafael Moreno Valle, con dinero y estrategia; el priismo de hoy es el lamentable residuo de los intereses locales de una franquicia cooptada por los locales y provocando divisiones en el afán de consolidar posiciones y negocios personales.
Cuando ambos grupos dicen que deben volver a los principios, es quizá la clave de todo, aunque en el pasado la democracia no se practicaba, se acudía a las cuotas de los grupos de poder, se negociaba con los caciques nacionales y locales y se buscaba una especie de compensación entre los candidatos del centro y los nativos.
Los panistas ahora enfrentan una encrucijada difícil rodeada de las cofradías que han perdido más de 20 años de proyecto para llegar a gobernar y reducidos ahora a un partido dividido por quienes han sido desplazados contra los actuales dirigentes.
¿Quién debe dirigir a los blanquiazules? Es una pregunta que muchos se hacen, se han perdido las figuras, los cuadros, ahora son las familias, o la esposa o el esposo o los hijos de los asesores o los entenados o las amistades controladas.
Si el PAN y el PRI quieren volver a ser aceptados por los electores, lo primero que deben poner en práctica es la democracia interna.
O por lo menos, así me lo parece.