Por Jesús Manuel Hernández
Vaya gestos, vaya señales vienen dando los aspirantes a gobernar Puebla ante una sociedad interesada en propuestas, pero en los cuartos de guerra pareciera imponerse la soberbia a la humildad de la realidad política de Puebla.
La soberbia ha entrado por la cabeza de los aspirantes, centro de las atenciones y quizá también de las mentiras que les hacen llegar, y se ha asentado con todas sus características en los grupos cercanos.
Los activistas están cometiendo errores que muestran debilidades y abren la puerta a especulaciones nada agradables, en ambos casos, sobre su realidad frente a las urnas.
Las huellas dejadas a su paso son la muestra de lo mencionado.
Una viejo analista, investigador de procesos electorales desde los infiernos hasta el paraíso, proponía ante la gravedad de los escenarios mandar a investigar “la basura” del candidato, la técnica la había aprendido en los cuerpos de inteligencia de las fuerzas armadas donde se hacían operativos para levantar la basura en las calles donde vivía el candidato y sus principales colaboradores, a veces también en sus oficinas.
La basura dice mucho de lo que pasa en los hoy llamados cuartos de guerra donde los talentosos se dedican a buscar soluciones a la realidad política.
Examinar la basura, decía aquel personaje, descubre no solo papeles secretos, también, hábitos, comportamientos, compras, gastos, regalos, etcétera.
Y ponía como ejemplo que en una investigación a un mesero le pidieron intervenir y dijo, revisen la basura, ahí van los cubiertos, los platos, el robo hormiga, o simplemente dense una vuelta por su casa y vean en qué platos come, que vasos y copas tiene…
La basura de los políticos hoy día está en las computadoras, en el ciberespacio, y ahí también es posible hurgar con tecnología especializada.
Muchas anécdotas pueden contarse, como aquellas listas de convencidos en una elección interna del PAN nacional cuyo destinatario fue advertido de no compartir por correo electrónico, pero, ¡ups!, lo hizo algún “barrendero” sembró un virus y todo se derrumbó. Los actores viven y siguen haciendo política.
Mientras esto sucede, los grupos de activistas empiezan a trabajar intensamente. Unos buscan garantizar el número de votos prometido, comprometido y ultra que ofertado.
Los activistas y operadores están a la caza de los “promovidos”, es decir de los ciudadanos que han sido convencidos, por la buena o por la mala, para comprometer su voto. Esos activistas trasladan toda la información a un listado donde van los datos: nombre, dirección, teléfono, copia de la credencial del IFE y si reciben beneficios de programas oficiales.
La información es trasladada a plataformas dedicadas al seguimiento de los “promovidos” y en su momento desde un “Call Center” empezaran a ser llamados.
Algunos de los “promovidos” lo hacen de buena fe, son voluntarios, pero otros deben ser cooptados económicamente, a estos últimos se les ofrece una cantidad de dinero, antes y después de la votación, a cambio de una fotografía con el voto a favor del partido.
Este asunto ha venido a desquiciar el mercado electoral, pues los de buena fe acabaron enterándose que “sí hubo dinero” y entonces vienen las protestas contra los operadores, personajes que usualmente se quedan con una generosa comisión económica además del agradecimiento y compromiso del candidato.
Pero hay otros operadores tras otro tipo de “promovidos”, son menos, no piden listas de personas y menos les llaman por teléfono antes de la elección, son, por decirlo así, más sofisticados.
Estos operadores son personas de grandes empresas, con nóminas numerosas, pasan los mil empleados y cada semana les pagan, en este caso los operadores piden a los empleados de confianza filtrar un comentario “si pierde fulano, fulana, tendrán un sobresueldo $1000.00 en la siguiente nómina”.
Es decir si la empresa tiene 1000 empleados, el “operador” podría aportar un millón de pesos para de alguna manera comprometer el voto de al menos sus empleados y quizá también de sus familiares.
En el primer caso, los “promovidos” han encontrado “trucos”, como tomar la fotografía dentro de la casilla y después cruzar otro candidato para anular el voto, al final le pagarán.
En el segundo caso, los empleados también han encontrado trucos, quizá convencidos de su ideología.
A final de cuentas, esta es la basura del ejercicio electoral en aras de la democracia.
O por lo menos, así me lo parece.