Por Valentín Varillas
En México jamás ha existido la división de poderes.
Sigue más vigente que nunca en estos tiempos de supuesto cambio político que vive el país.
La sumisión de quienes en teoría tendrían que operar como contrapesos del ejecutivo, es una realidad que por años ha vivido muy arraigada en el imaginario colectivo nacional.
Sin embargo, el ver una larga fila de senadores esperando afuera de Palacio Nacional la consabida línea de cómo servirle mejor a su monarca desde su escaño, es ya otro nivel.
Una nueva dimensión de arrastre, de esclavitud, de falta de respeto a la enorme responsabilidad que adquirieron con el cargo y a los ciudadanos.
A todos.
Porque independientemente de si votaron por ellos o no, su oneroso salario, prestaciones y demás beneficios se costean a través del pago de los impuestos de todos.
Ya para qué recordar aquel romántico compromiso que adquirieron al tomar posesión del cargo.
Cuando juraron siempre privilegiar el bien de la nación.
Nada nuevo, siempre hemos vivido prácticamente lo mismo.
La diferencia radica en las imágenes que se masificaron en medios tradicionales y redes sociales.
La manera por demás explícita en donde se nos muestran el nivel de esclavitud que viven los legisladores del oficialismo lo cambia todo.
Un ejemplo: sabemos que la delincuencia sigue haciendo de las suyas.
Asumimos y vivimos en torno a esa premisa.
Pero es muy distinto ser testigo presencial o ver un video en donde se comete un asesinato.
Existe una enorme diferencia.
Y la analogía con lo que sucedió con los senadores de Morena, no me parece para nada exagerada.
Una vergüenza descomunal que quedará grabada para siempre en la historia de nuestra vida pública.
La génesis de todo esto es igual de ridícula.
Ricardo Monreal llevaba una agenda que en nada empataba con la del líder de la cámara Alejandro Armenta.
El primero: jugando todavía al rebelde, buscando encarecer el precio de su inminente sumisión.
El poblano: cuadradito al presidente y vistiéndose de institucional, como intento desesperado de ganarse su confianza y buscar ser considerado seriamente para la candidatura al gobierno de Puebla en el 2024.
Y en medio: las señales encontradas que recibían a tres fuegos los miembros de la bancada.
Y es que, tras bambalinas -como siempre ha sido- la vigilancia y supervisión permanente de Adán Augusto López.
El saldo es penoso.
La cargada a Palacio, la tropa esperando, las hipócritas fotos que intentan vender la inexistente felicidad y la falsa unidad de quienes hicieron pedazos la institucionalidad de la vida legislativa nacional.
El cambio de sede, el legislar al vapor todo, absolutamente todo lo que les ordenó López Obrador y la Corte como última instancia para determinar la legalidad o no de lo votado en un sesión con falso quórum, con sólo un partido representado y con millones de mexicanos potencialmente afectados por lo ahí votado.
Habrá materia prima valiosa en el corto plazo para que Andrés Manuel le siga pegando a los ministros, muchas mañaneras.
Per no hay que irse con la finta.
El ofensivo despliegue mediático de semejante aberración, no dejó contento al presidente, al contrario.
Habrá consecuencias en todos sentidos.
AMLO valora la importancia de tener operadores efectivos.
Los que dan resultados concretos al margen del show y la estridencia.
Por eso trajo a Adán Augusto a la Segob.
Y le ha cumplido de sobra.
Discreto, sin gritos ni sombrerazos, ha ido sacando todo lo que le ha encargado su paisano y amigo.
Nada, ni un poquito de esa habilidad y talento mostraron Ricardo Monreal ni Alejandro Armenta, al momento de operar las reformas que para el presidente, son prioritarias para el último tramo de su sexenio.
Un microcosmos controlable, manejable y hasta manipulable con un poco de talento.
Así, con estas cartas credenciales : uno jura que quiere gobernar la capital.
El otro: el estado de Puebla.
No pueden ni con el Senado.
La locura.