Por Valentín Varillas
Genoveva Huerta fue uno de los apoyos políticos más importantes que tuvo Inés Saturnino López Ponce.
Llegó a ser presidente municipal de Tecamachalco.
Debido al desprecio y malos tratos a sus regidoras se convirtió en el arquetipo de la violencia política de género en Puebla.
Insultos, defenestraciones públicas, retenciones de salarios y hasta el impedimento para participar en las sesiones de cabildo, no solo un derecho, sino una obligación para quienes forman parte de este órgano colegiado edilicio.
Muchas lo dejaron pasar.
No hicieron nada por defender sus derechos.
Ruth Zárate, sin embargo, decidió enfrentarlo.
Llevó su caso ante la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales, no sólo sin el apoyo, sino a pesar de la propia dirigencia de su partido.
Santiago Nieto, como titular de esta instancia, declaró públicamente que la FEPADE tenía pruebas contundentes, irrefutables, de que la regidora había recibido por parte del edil “amenazas de desaparecerla, la retención de sus sueldos y aguinaldos, el nulo acceso a documentos oficiales, además de constantes humillaciones públicas”.
Para la historia quedaron aquellas imágenes en donde, ante el fallo de la autoridad competente, Inés Saturnino llegó con una bolsa de basura llena de billetes de baja denominación -la cantidad que le adeudaba a la regidora-y los arrojó al suelo pretendiendo que Zárate los recogiera de ahí.
En el colmo del cinismo, Genoveva apoyó su intentó por reelegirse en la coyuntura del 2021.
Par ayudarlo, Huerta operó con sus amigos Carlos Navarro, dirigente del PSI y Laura Escoba Juárez, de Compromiso por Puebla, para hacerlo candidato común a la alcaldía de Tecamachalco.
Perdió por paliza.
En junio del 2021, cuando Genoveva seguía siendo la dirigente estatal del PAN Inés Saturnino Ponce fue elegido como presidente del comité municipal del PAN en Tecamachalco a cambio de apoyar su reelección al frente del CDE blanquiazul.
Sí, regresó triunfante al partido que, de acuerdo a estatutos, lo tenía que haber expulsado por el simple hecho de competir por un cargo de elección popular bajo las siglas de una alianza de partidos distintos al blanquiazul.
Hoy, Genoveva Huerta vuelve a apoyar a un violentador consumado.
Eduardo Alcántara carga un pesado dictamen del Tribunal Electoral del Estado de Puebla, que lo ha incluido, faltaba más, en la negra lista de personajes que han incurrido en acciones de violencia político de género.
Hay amarres, pactos y complicidades añejas entre ellos.
Ahora, juran los enterados que hay una comunidad de objetivos en lo político.
Ir en fórmula en el 2024.
Ella, compitiendo por la gubernatura.
Él, por la presidencia municipal de Puebla.
Y claro, a sus actos y omisiones quieren darle el sello de conspiración política.
Genoveva y sus coristas en redes, por cierto, enarbolan la bandera del género para justificar sus aspiraciones.
No tienen más argumentos.
En los fríos términos de la rentabilidad electoral, ni Huerta ni Alcántara tienen lo suficiente para competir contra el oficialismo.
Ni para el gobierno estatal, ni para la alcaldía de la capital.
Diría el clásico: “la hipotenusa”.
Pero los sueños de Alcántara van mucho más allá.
Quiere perfilar a su cónyuge, María de la Barreda, para que se convierta en la sucesora de su madre, Paola Angón, en la presidencia municipal de san Pedro, Cholula.
Y así, sentar las bases de la génesis de una dinastía que, en su lógica, empezaría gobernando un par de los más importantes municipios del estado.
Y a partir de ahí, el cielo como límite.
Increíble.
Más que estrategia electoral seria, se trata de una sátira política que fácilmente podría ser materia primera para escribirle un guión cinematográfico al genial director Luis Estrada.
De ese tamaño.