Por Valentín Varillas
48 horas se tardó la dirigencia nacional del Pan en fijar una postura sobre la condena de Genaro García Luna.
Más de dos días para salir con que “Genaro no es panista”.
Nada más para eso les alcanzó.
En un penoso video, Marko Cortés busca una salida al escándalo que envuelve a su partido, apelando a la falta de militancia de quien fue el encargado de operar la estrategia de seguridad pública en el gobierno de Felipe Calderón.
Un gobierno, emanado del PAN.
Partido cuyas siglas, logo y colores, aparecieron en la boleta del 2006 junto al nombre y la imagen de quien a la postre resultó presidente.
Para llegar hasta ahí, Calderón pasó por una serie de filtros impuestos por la dirigencia, la militancia y hasta por la mayoría de los simpatizantes del blanquiazul.
Lo anterior, supone el hecho de que, en su momento, ellos eligieron a su mejor perfil para llevar las riendas del país.
En teoría: el más apto, el más capaz, el más honesto.
Pero sobretodo, el que tomaría la ideología y los preceptos doctrinarios del partido como materia prima en la conformación de políticas públicas y en la toma de decisiones que competen directamente al jefe del ejecutivo federal.
Entre todo esto, viene por supuesto, la responsabilidad de nombrar a tu gabinete.
A tu círculo cercano.
A los hombres y mujeres que sumarán al logro de los objetivos planteados en el Plan Nacional de Desarrollo.
En este caso, al correspondiente al período 2006-2012.
Y entre los objetivos, se vendió como nunca, la famosa guerra en contra del narco.
La misma que el PAN apoyo incondicionalmente e inclusive, aplaudió a rabiar.
Cada vez que se detenía a algún “capo” de cualquier organización criminal, más allá de su importancia real en la operación del grupo delictivo, o bien el lugar que ocupara en el organigrama del mismo, este hecho formaba parte de la propaganda del propio partido, no solo del gobierno federal.
Cada acción, cada supuesto avance e la materia, se cacareaba mediática y discursivamente como un logro del gobierno del PAN.
“Así gobierna Acción Nacional”-fue la frase central en la estrategia de marketing utilizada en ese sexenio.
Y en su lógica, ahí sí se valía sacar raja política de cualquier acción que pudiera tener un impacto positivo en la imagen del blanquiazul y del grupo en el poder.
Festejaron jubilosamente cada reconocimiento, cada medalla que en su momento recibió García Luna y la asumieron como propia.
Hoy, ante el unánime descrédito, recurren a la más absurda de las incongruencias.
Intentan mandar burdos distractores declarativos que no tienen la menor congruencia.
Cuántas veces ese partido, durante los gobiernos emanados del PRI, cuestionó con razón su falta de capacidad en temas fundamentales como la corrupción, el mal manejo de la economía y hasta el fracaso en el combate a la delincuencia, sin tomar en cuenta la militancia partidista de quienes ocupaban los cargos más importantes en aquellos gabinetes.
Insisten en deslindar a Calderón en un país que hasta la fecha sigue siendo absolutamente presidencialista y en donde quien ocupa la famosa “silla”, está enterado de todo lo que sucede, no solo al interior de su círculo más cercano, sino en todo el país.
Más cuando se trata de negociar la infiltración de criminales en las instituciones públicas del Estado mexicano.
Una vergüenza.
En el colmo de los colmos, Marko Cortés pide a gritos, no que se investigue a Calderón y al resto de los cómplices de García Luna, sino a las actuales autoridades.
Asegura que en México, es evidente que se vive un narco-estado y que hay pruebas irrefutables de sus dichos.
Y en eso, muy probablemente tiene razón.
El problema es que, mientras no exista una condena legal, judicial, formal, en contra de algún personaje ligado al actual grupo en el poder, en Estados Unidos, en México o en Júpiter, las acusaciones de Markito estarán condenadas a quedarse en el terreno anecdótico-mediático.
Eso y nada, en términos de política real o aplicación del estado de derecho, es exactamente lo mismo.
Se trata, simplemente, de la peor estrategia de control de daños en toda la historia del país.
El príncipe de las derrotas panistas sigue dando nota, como siempre, para mal.